Guitarra en mano

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Carlos Osorio pasó de cantar en los buses con una guitarra improvisada a ser compositor y profesor de música de la Fundación Tiempo de Juego.  Lea acá su historia y verá que sí se puede.

Por Valeria Pillimue*

Sentado en el parque del barrio Lucero Bajo de Bogotá, con miles de problemas y con solo 1500 pesos en el bolsillo, Carlos Osorio decidió comprar un gancho de cortina y un cordón de zapato. Improvisó como pudo una cuerda para sostener la guitarra en su hombro, subió a un bus de TransMilenio, y en los primeros tres recorridos decidió no pedir ni una sola moneda. Solo quería mostrar su talento.

Ese primer día hizo 80.000 pesos. Su motivación para cantar en los buses fue la pequeña que acababa de nacer, la bebé que necesitaba pañales y leche, la hija de un músico con sueños frustrados.

Carlos es delgado y mide 1.74 metros de estatura. Tiene el cabello rizado hasta el mentón, piel morena y una barba desordenada. Sus dedos están ampollados de tanto tocar la guitarra. Cuando habla de su hija Verónika, los ojos color marrón le brillan y sonríe. No imaginó formar una familia, pero desde que se graduó del colegio su vida tomó un rumbo distinto al que tenía planeado y al que anhelaba como músico. El camino ha sido mucho más largo de lo esperado, lleno de altibajos y frustraciones, pero hoy, desde una mejor posición, mira su futuro con optimismo.

La semilla

El amor por la música empezó a sus quince años, una tarde en la que de visita donde su primo lo escuchó rasgando la guitarra y quedó cautivado. Él no tenía dinero para comprar una, así que pidió prestada la de su pariente y comenzó a tocar de forma empírica.

Carlos solía dejar listo el almuerzo para sus hermanas menores al terminar sus clases, luego las recogía en el colegio y por último se iba a la biblioteca de Soacha, a cinco kilómetros de distancia. Algunas veces caminaba. Otras, cuando había ahorrado, tomaba un bus hasta allí, y se sentaba horas a leer sobre teoría y técnica musical, pues quería dominar el instrumento que tanto lo hacía soñar.

Flor Núñez, su madre, siempre lo ha apoyado. Cuenta que Carlos era un niño hiperactivo, que a veces la hacía enfurecer porque no iba a clases, aunque ella en el fondo se sentía tranquila porque siempre llegaba a la casa con buenas notas. Eso sí: “su debilidad era la música”. Flor recuerda además que cada vez que su muchacho tenía un rato libre lo primero que hacía era buscar una guitarra para ponerse a practicar.

“Cuando terminé el colegio y en vista de las necesidades económicas de mi casa me tocó trabajar como mecánico de mulas, almacenista, mensajero, mesero y ayudante de carros, pero ninguno de esos oficios reemplazó el amor que sentía por la música”. Con veinticuatro años y una hija recién nacida, Carlos decidió entonces entrar a estudiar una carrera musical en el SENA y tocar en los buses para sobrevivir. En el Servicio Nacional de Aprendizaje conoció a personas con mucho talento y facilidad para componer, algo que él todavía no era capaz de hacer. Algunos le decían que no iba a lograr sus sueños, que dejara de intentarlo, y él, sin saber que su talento era un diamante en bruto, estuvo a punto de creerles.

Un día, y gracias a unos amigos en común, conoció a Federico Foglia, el propietario de FenixLab, uno de los mejores estudios musicales de México: “Te espero en México carnal”, le soltó Federico cuando escuchó una de sus canciones. Carlos no lo podía creer. Sabía que, como fuera, ¡tenía que llegar hasta allá!.

Ires y venires

Se puso en acción: cantó en el centro de Bogotá y dio clases de música a jóvenes hasta que contó con lo necesario para comprarse un tiquete aéreo y llegar al estudio de grabación de Federico Foglia en México.

Aunque las cosas no salieron como esperaba, esa experiencia fue clave para su vida. Allá se dio cuenta de que no tenía el nivel para grabar un disco; no trabajaba con metrónomo (aparato para indicar el tiempo y el pulso de las composiciones musicales) y sus conocimientos eran demasiado básicos. Federico puso una mano en su hombro y le dijo: “Yo entiendo que tú vienes aquí con anhelos, con sueños. Pero esta es la realidad y la realidad es dura. Una de dos: o estudias, le metes cojones, o abandonas. Tú escoges”.

Carlos sabía que quería lo primero. Sin embargo, iba a tener que pasar por varios intentos más antes de conseguirlo. Mientras aclaraba su cabeza se empleó en un bar en el que siempre había una banda en vivo, y ver y sentir los aplausos emocionados de la gente reavivó su ilusión: él quería estar en esa tarima y que el público sintiera lo mismo al escuchar su música.

Nuevamente ahorró, esta vez no para el bus ni para el avión sino para comprar una guitarra eléctrica, y recordando las palabras de Federico volvió a intentarlo: iba a crear una banda. A los pocos días ya eran ocho los integrantes del grupo al que bautizaron Café Express.

Pero sacar adelante una banda de música no es fácil, y a comienzos del 2018 las cosas no iban bien. En ese momento decidió viajar a Ecuador con algunos de sus compañeros. Se rebuscaban el sustento del día cantando en los buses y volvían al hotel con la garganta herida. Por tres días tuvieron que hacer la limpieza del lugar, pues no tenían cómo pagar su estadía. Una noche fría, insípida y gris, sentado en la terraza del hotel e inspirado por una mujer que conoció en ese país y que se convirtió en su musa, compuso su primera canción: Contigo y sin ti.

A su regreso a Colombia las ganas de seguir adelante ya iban de la mano de una sola frase en su cabeza: “Pídeselo a la vida, jode, patalea y grita, hasta que la vida se canse y te lo dé”. Y la vida lo oyó. Conoció la Fundación Tiempo de Juego. Un día entró a Labzucá, el taller musical de la Fundación, mostró su talento y desde ahí cambió su suerte. Ahora puede trabajar en lo que ama, es profesor de música y colaboró para hacer posible el evento Meret Fest.

Carlos observa el brillo en los ojos de los jóvenes y se siente feliz cuando descubre que tienen los mismos anhelos que él tuvo alguna vez. Tiempo de Juego fue un estímulo para renacer y entender que todo es posible. Hace unos meses obtuvo media beca para estudiar música, así que cuando sale del trabajo se dirige a sus clases. Él considera que esto es apenas el comienzo, pero se siente orgulloso del camino que ha recorrido en la búsqueda de su objetivo. Tiene muy claro cuál será la cúspide de su sueño: estará en Viña del Mar, en Chile, rodeado de su familia y de un público que aplaude sin parar mientras él recibe una Gaviota de Plata. Las lágrimas se le escurren de solo imaginarlo, y no se rendirá hasta que ese día se haga realidad.

* Estudiante del Taller de periodismo de Tiempo de Juego.

Canal de música de Carlos Osorio: https://www.youtube.com/user/davincho129

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