El arte no solo está en los museos.

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El proyecto Huertas de la Fundación Tiempo de Juego es un ejemplo de ello.

Por Juliana Arévalo*

La palabra “arte” normalmente nos hace pensar en la música, en un retrato o en un cuadro hecho a pincel como los que se ven en los museos. Pero ¿qué se entiende por “arte ambiental”?

El arte ambiental va desde la reutilización de los recursos naturales hasta la renovación de espacios urbanos, con el objetivo de aprovechar todo lo que nos brinda el medio ambiente.

En Cazucá, una comuna en el municipio de Soacha, hay un buen ejemplo de ello. Se trata del proyecto Huertas de la Fundación Tiempo de Juego, una iniciativa que nació hace cuatro años y que, literalmente, ha pasado por las duras y las maduras.

Todo empezó con las madres que acompañaban a los entrenamientos de fútbol a los participantes más pequeños de la Fundación. Un día, pensaron que en lugar de quedarse sentadas esperando podrían participar en alguna actividad y aprender algo mientras sus hijos también lo hacían.

Entonces se organizaron, formaron su propio equipo de fútbol que entrenaba en las tardes, e incluso llegaron a participar en campeonatos con otros equipos de la misma localidad de Soacha. Pero después de varias semanas descubrieron que eso no era lo que realmente querían hacer; ellas querían generar un cambio, algo que les permitiera recuperar o recrear costumbres ambientales de sus lugares de origen, teniendo en cuenta que muchas provienen de otras zonas del país.
Entonces pensaron en que una buena idea sería crear unas huertas.

Las conversaciones de estas mujeres llegaron a oídos de Julián López de Mesa, docente de Ciencias políticas en la Universidad Santo Tomás de Bogotá y columnista de El Espectador, muy interesado en el cuidado del medio ambiente.

Al oír sobre el proyecto, López se mostró inseguro, pues había escuchado comentarios negativos sobre Cazucá, “es terrible ese lugar”, le decían, entre otras cosas que le hacían dudar.

Sin embargo, y luego de pensarlo, finalmente se animó y tomó la iniciativa de ir a Cazucá. Con algo de temor llegó al lugar donde empezaría la siembra de las huertas: el tercer piso de una casa en la que se llevan a cabo otras actividades de la Fundación Tiempo de Juego y en cuya terraza se haría la primera prueba.

La siembra se hizo y todo marchaba muy bien, López estaba realmente decidido a lograr su propósito: realizar unos talleres de huertas que integraran a las madres de Cazucá y de las que se podría beneficiar la comunidad.

Así se creó la primera etapa de este proyecto, que tuvo de aliada ni más ni menos que a Leo Espinosa, tan de moda por estos días.

Las maduras

Dos años después, el 26 de marzo del 2016, se inauguró la llamada Sala Solar, un aula virtual en un contenedor, con veinte computadores de última tecnología, que se autoabastece con energía solar mediante paneles. En el mismo lugar se creó una zona verde, el lugar perfecto para las huertas, que al igual que la sala pretendía aportar un granito de arena para el medio ambiente y la buena imagen de Cazucá.

Estas huertas se construían por ciclos de formación y voluntariados en los que las mamás y los niños del sector participaron. Pero el proyecto tuvo que ser suspendido por cuestiones financieras y las huertas se deterioraron.

No obstante, desde octubre de 2018 la psicóloga María José Restrepo, una joven de veinticuatro años que hacía dos había realizado sus prácticas universitarias en las zonas de Cazucá, decidió continuar con la idea.

Restrepo reunió a personas apasionadas por la siembra, así como a otras que solo querían conocer sobre el tema, pero todos con una misma meta: contribuir con el medio ambiente, por muy pequeño que fuera su aporte.

Una de las interesadas fue Mónica Viviana Micolta, madre de un participante de fútbol de la Fundación, quien hace unos años llegó a Cazucá, proveniente de Cali, Valle del Cauca. A Viviana le encanta la yuca, pues la sembraba con su mamá desde que era niña, y le gustaba más cuando se la comía en el sancocho valluno que aprendió a preparar. Ahora, con la posibilidad de volver a cocinarlo, siente nostalgia de su tierra pero también felicidad porque puede tener un pedacito de ella aunque esté a miles de kilómetros.

Gracias a participaciones como la de Viviana el proyecto va viento en popa y las huertas florecen día a día con el sabor de distintas regiones del país.

María José, por su parte, se siente feliz de convivir con nuestra comunidad y, así como el profesor Julián, hoy observa desde una perspectiva diferente a Cazucá y sabe que las huertas le han cambiado la cara, el olor y el sabor al barrio. Por eso extiende la invitación a todo el que quiera participar de los talleres de los sábados en la Sala Solar de Cazucá, a las diez de la mañana.

Estudiante del Taller de Periodismo de Tiempo de Juego

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