Jugar para la sele popular

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Por: Sergio Gamboa

Había sido el anterior Director Técnico del equipo de “la sele”. En ese entonces fuimos a jugar un torneo a Brasil pero nuestro nivel no era el mejor y perdimos todos los partidos. En el primer encuentro, cuando ya íbamos perdiendo cinco a cero contra los uruguayos, decidí entrar a jugar, quería disfrutar de algunos minutos en la cancha y tal vez hacer alguna linda jugada que terminara en gol. 

En ese  momento los narradores, los árbitros y mi equipo no creían lo que estaban viendo: ¡el técnico había entrado a jugar! Quería ayudar a descontar en el marcador o evitar que nos hicieran más goles. No fueron muchos minutos en la cancha pero tuve una que otra recuperación de balón, además de las caras tristes por lo sucedido, pero ese es el fútbol; no siempre se gana pero siempre se disfruta.  

El sinsabor de no haber realizado una mejor actuación mantenía la chispa de seguir trabajando y apoyar al equipo para poder llegar mejor preparados a otro futuro torneo internacional. Después del torneo en Brasil, yo había decidido dejar la Dirección Técnica y darle paso a otras personas. 

Seis meses después, en una ocasión fui a ver el entrenamiento de la selección de la liga de fútbol popular, quería saber cómo le iba a Junior entrenando con la sele. Él y sus hermanas entrenaban también en la escuela Suacha Fútbol Comunitario. Nacidos en el Cauca, tenían muchas cualidades propias de su tierra para jugar al fútbol, yo le había dicho a Junior que se probara en “la sele” porque seguro iba a ser una buena ficha. 

El equipo se reunía en la cancha de Marsella, un buen lugar para entrenar aunque tocaba de noche y no había muy buena iluminación, pero era el pedazo del “parche”. Por ese entonces “la sele” estaba participando de una copa de futbol en Bogotá y ya iban en la cuarta fecha del torneo, se necesitaba ganar para asegurar el paso a la siguiente ronda. Desde lejos saludo al profe Cova y al profe Michael, tenían volteando al equipo. El profe Cova, enérgico como siempre, los puteaba para que nunca se rindieran y corrieran más. Me hice en la lateral y esperé a que terminaran el entrenamiento.

Con el grito que característico de “la sele” ¡fútbol rebelde y popular! se termina el entrenamiento. Desde lejos Junior me saluda -entonces que profe, pa’ cuando los guayos -, lo saludo levantando la mano y en mi cabeza pasa la idea de siempre de volver a jugar, pero realmente no contaba con el tiempo necesario para entrenar e ir a los partidos. 

Me acerco a donde están los demás profes y les pregunto por Junior, ¿cómo lo ven? ¿si se adaptó al equipo? Todo queda en silencio, no hay respuesta. El profe Cova se lleva la mano al mentón con la mirada clavada al piso, cuando él hacía eso era porque estaba pensando sus once iniciales para el próximo partido o alguna cosa así. El profe Michael me responde -Sí, pero necesitamos que venga más seguido para que conozca el juego de los demás -. Ahí el profe Cova reacciona, levanta la mirada y lo primero que dice es -Checho va tocar que el domingo lleve los guayos por si le toca jugar -. Yo no creía lo que me estaba diciendo, pensé que me estaba tomando del pelo, me pongo a reír por el comentario y le pregunto por qué dice eso, los profes se miran con cara de misterio y el profe Cova me dice -no creo que todos vayan a jugar el domingo, no todos tienen plata para el pasaje y el arbitraje -. Yo no respondí nada más, me  despedí de ellos y me fui con Junior en el bus, lo que más me importaba era que a Junior le fuera bien y se adaptara al equipo. 

El partido se jugaba en Cota, que queda fuera de Bogotá. Ese domingo yo tenía que trabajar en la mañana, así que muy temprano hice lo que me había solicitado el profe, alistar mis cosas para la batalla. Sentía emoción porque podía jugar de nuevo aunque tampoco me generaba muchas expectativas, estaba la posibilidad de que llegaran todos y yo no pudiese jugar.

Llego con Junior a la cancha, quedaba muy lejos de Bogotá, el profe Michael llega en bicicleta con dos jugadores más, el resto del equipo llega al rato en un bus no muy grande, al interior del bus se escuchaban los cánticos -liga de fútbol populaaaar populaaaar, liga de fútbol popular -. Ver a los muchachos con esa actitud daba toda la ilusión para seguir creyendo en el proceso, porque hasta ahora todo había sido difícil, pero ahí seguíamos con convicción. El terreno estaba bien cuidado, una cancha con las montañas adornando el cuadro y el sol en su parte final del día. 

El equipo se empieza alistar, yo empiezo a contarlos y solo había 11 jugadores, el profe me grita ¡cámbiese Checho! Yo reacciono con mucha emoción y con algo de nervios me alisto, pues no estaba en mi mejor estado físico y tenía preocupación que me empezara a doler la rodilla otra vez. Ya no me preocupaba Junior, pues sabía que él iba hacer un buen partido. Soy el último en alistarme y me acerco al grupo, algunos me miran extraño pues no había entrenado nunca con ellos y tampoco quería decepcionar al equipo, me dedico a escuchar a los profes hablar.

El profe da la titular y me menciona, iba a jugar desde el principio. Me ubico en la recuperación, mi puesto favorito en el fútbol, iba por la zona izquierda, acompañando la línea con Misse y Merchan, adelante estaba Jean y Samir. Muy poco observé al equipo rival, solo tenía en mente darla toda en la cancha. El partido inicia, en ese momento me conecto con el partido y como lo hacía siempre, en cada encuentro, empiezo a ver los movimientos de los jugadores del equipo contrario, realizó algunas buenas jugadas y en otras me quedo corto. Tenemos varias opciones para colocarnos adelante en el marcador pero a nuestro delantero le falla la definición. 

La hinchada de “la sele”, comandada por Julieth, alienta sin parar. Antes que acabe el primer tiempo Samir queda uno a uno contra el arquero rival y anota un gol, uno a cero a favor de “la sele”. Siento un poco de tranquilidad, hasta el momento estaba haciendo bien la tarea, sentía ya el cansancio del primer tiempo y un poco de molestia en la rodilla, pero no dije nada y continué, pensé que para el segundo tiempo me iban a sustituir. 

Entramos al descanso y hacemos estiramiento, los profes nos hablan y piden más control del balón, pues el otro equipo tenía dos jugadores que eran muy buenos. El profe Cova nos recuerda porqué estamos ahí; que pensáramos en los chicos de las escuelas, en la lucha que vivimos diariamente para combatir la pobreza y la desigualdad, que recordáramos lo que hacen los niños muchas veces para llegar al entrenamiento sin antes haber comido algo, por eso la gran responsabilidad que teníamos en esas camisetas, no podíamos perder. Yo me dispongo a descansar, estaba seguro de que yo era el cambio pero no, el profe me mantiene en la línea, se venían 45 minutos de infarto y de mucho rigor.

Comienza el segundo tiempo, el rival en los primeros minutos nos anota un gol, empiezan los roces entre jugadores de ambos equipos, el árbitro discute con los capitanes, el profe Michael discute con el árbitro. Todo se vuelve un partido de madrazos y yo intento calmar al equipo, el árbitro le advierte al profe Michael que lo va a expulsar si sigue alegando, los dos equipos generan muchas jugadas de riesgo, mi rodilla empieza a doler y cada vez es más difícil correr, pero tocaba aguantar, no había más cambios. En un momento del partido apoyo el ataque, en una jugada quedo con el balón en la línea de la bomba grande, disparo pero es desviado por un defensa que interfiere en el remate, quedo con rabia por la opción que perdí pero tenemos un tiro de esquina a favor nuestro. Yo me quedo en la mitad de cancha, pues ya no tenía la misma rapidez para jugar y preferí apoyar la defensa. Desde lejos observo cómo centran el balón y aparece Kevin (el salvador de los partidos) controlando el esférico y haciendo un disparo que el arquero no alcanza con sus manos, vuelve la gloria al equipo  y el marcador se pone 2 a 1 a nuestro favor.

El árbitro informa que quedan 10 minutos de juego. Ahí yo parecía más un boxeador en el último asalto tambaleándose de un lado a otro sin fuerzas, mi misión: estorbar a los jugadores del otro equipo. En una jugada voy al piso a quitar balón, alcanzo a golpear al jugador y veo la tarjeta amarilla, es una eternidad y el partido no acaba, se presenta otra jugada para el equipo rival, me estrello con Misse de una manera extraña y me terminó lesionando del pie, ya no podía hacer nada más, estaba exhausto, pero al ver al equipo correr me lleno de mucho orgullo y con lágrimas en los ojos recuerdo las palabras del profe Cova, del porqué estábamos ahí, y puede que solo fuera un partido, pero para nosotros era muy valioso porque era seguir escribiendo la historia del fútbol popular.

Escuchamos el pitazo final, la hinchada grita de emoción, una gran victoria, nos abrazamos, el sudor de la cara se confunde con las lágrimas y con mucha alegría nos reunimos. Toda la tristeza y el trago amargo de Brasil se había ido y el significado del amor quedaba registrado en esa cancha.  

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