Bautizado en el nombre del balón

0
574

El taller de crónica futbolera “Más allá del gol de Yepes” buscaba, además de desarrollar técnicas de escritura y herramientas para analizar un jugador o un partido, desacralizar el fútbol de entretenimiento y mostrar que, más allá del marcador final, resultan valiosos el disfrute del fútbol, los gestos ocultos de los jugadores, las celebraciones íntimas de los técnicos, la ceremonia de los camerinos, las actuaciones de los protagonistas y antagonistas y por supuesto, el abrazo despersonalizado de la hinchada. El taller reunió sin quererlo a un niño de 11 años, a tres adolescentes bogotanos y a uno neoyorkino, y a un administrador deportivo de Soacha. Un grupo diverso y heterogéneo unido por el amor por la pelota.

Por Sergio Gamboa
Edad: 30 años
San Mateo, Soacha Cundinamarca
Equipo: Independiente Santa Fe
Jugador preferido: Sócrates Brasileiro Sampaio de Souza Vieira de Oliveira


Obstrucción: Mi primera vez en el estadio

El 23 de agosto de 1997, y con solo 8 años, salí del barrio Molinos del sur de Bogotá junto con mi tío Wilson a conocer el estadio Nemesio Camacho el Campín. Ese domingo soleado, sin sospecharlo, fui bautizado en el nombre del fútbol como hincha de Independiente Santa Fe, el equipo que, hasta hoy, es la fuente más profusa de mis amores y desamores.

El viaje al estadio el Campín lo hicimos en un bus cebollero, como le decíamos a los carros ya destartalados y viejos. En el camino se fueron subiendo hinchas azules y rojos. Era mi primera oportunidad para lucir la camiseta roja y mostrarles a amigos y rivales que también estaba acorde a la ceremonia sagrada del gol. El marcador no me resultaba importante, solo quería disfrutar de lo que para mí era una batalla de hombres heroicos y sobrenaturales.

Me instalé en la parte alta de oriental del estadio el Campín con la fortuna de tener una vista amplia de la cancha. Aún faltaba una hora para el partido. Al lado nuestro se sentó un señor de edad que traía consigo una sudadera roja, una gorra de pinturas Pintuco y un radio casi del tamaño de su cabeza. Estaba escuchando a los narradores del partido donde hablaban de la difícil situación económica y deportiva de Santa Fe: no tenían cómo pagarle a los jugadores y no iban bien en la tabla. Se presagiaba una victoria con goleada de Millonarios. El señor, que se percató de que yo también estaba escuchando la radio, se volteó a mirarme para decirme: “aquí el único que nos puede sacar de esta desdicha es Dios, porque el dinero ya no lo hizo”. Supuse, a mi edad, que Dios se sentaba a ver fútbol los domingos para hacer un milagro de vez en cuando.

Los jugadores salieron al terreno de juego y en las laterales las hinchadas empezaron a cantar con mayor fuerza. Entre rollos de papel que volaban para enredarse con la enrejada se escucharon los himnos de Colombia y Bogotá. El señor del radio comentó: “Con Santa Fe siempre es así, sufriendo. Hay que ver a Dudamel (arquero de Santa Fe) que, sin importar si le pagan o no, está dispuesto a dejarlo todo por el equipo”.

El partido arrancó. En el primer tiempo Santa Fe tuvo un penal a su favor. La hinchada se emocionó, más aún cuando Dudamel fue el encargado de cobrarlo. La desgracia parecía ser el destino del Rojo, pues el portero falló el disparo. Ya estaba entendiendo lo que era ser hincha del León.

En el segundo tiempo los cielos, los dioses y la suerte se conjugaron para hacer el milagro del gol y de la victoria. Por la radio me enteré de que Santa Fe iba a hacer un cambio: entraba Luis Angulo en el ataque. Yo, que no sabía mucho de fútbol, esperé a que el moreno le colocara magia y picante al partido. Y así fue: llegó el primer gol para el equipo cardenal y el primero para mi vida. Aunque no lo pude ver bien, pues alguien se cruzó en mi vista, sentí la reacción de mi tío y su fuerte abrazo. Oficialmente ya era hincha del León y, tal vez, me convertí en una cábala para el equipo.

Todo fue alegría en las gradas para los seguidores rojos. Desde la tribuna se oyó un ensordecedor: “daleeee, daleeee, daleee, rooooojo”. Faltaban diez minutos para terminar el encuentro y las nubes se abrieron para dejar salir un destello de luz, como si fuera la señal de que las palabras del señor del radio habían sido escuchadas. El rayo pareció caer sobre Ángulo que, como si fuese guiado por los mismos dioses, emprendió una lucha solitaria por marcar el segundo gol. Dejó a tres jugadores de Millonarios y, con la delicadeza de un poeta, golpeó el balón con la pierna derecha bañando al arquero Burgues. La hinchada roja se puso de pie y dejó salir un grito de felicidad. Mi tío y yo terminamos abrazando desconocidos. Ya no había nada que decir, esa tarde en el Campín comenzó una relación con Santa Fe. Entendí que, sin importar si perdía o ganaba, el amor por este equipo me iba a acompañar siempre. Era mi bautizo del equipo cardenal, tanto así que esperé 15 años para verlo campeón.

DEJAR RESPUESTA

Por favor ingresa un comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí