La primera pasión

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El taller de crónica futbolera “Más allá del gol de Yepes” buscaba, además de desarrollar técnicas de escritura y herramientas para analizar un jugador o un partido, desacralizar el fútbol de entretenimiento y mostrar que, más allá del marcador final, resultan valiosos el disfrute del fútbol, los gestos ocultos de los jugadores, las celebraciones íntimas de los técnicos, la ceremonia de los camerinos, las actuaciones de los protagonistas y antagonistas y por supuesto, el abrazo despersonalizado de la hinchada. El taller reunió sin quererlo a un niño de 11 años, a tres adolescentes bogotanos y a uno neoyorkino, y a un administrador deportivo de Soacha. Un grupo diverso y heterogéneo unido por el amor por la pelota.

Por Pedro de Narváez
Equipo: El León
Jugador preferido: Juan Román


Obstrucción: Mi primera vez en el estadio

Un día un amigo de la infancia con el que jugaba fútbol todos los fines de semana recibió una llamada del papá para que fuera al Campín con él y su hermano mayor. No dije nada. Simón, que así se llamaba, notó mi silencio y me preguntó qué me estaba pasando. Nada, respondí, disfruten el partido. Por mi mirada entendió la indirecta.

La mirada funcionó y pude ir al partido. Sentía felicidad y nostalgia: felicidad por ir al estadio, nostalgia porque me acordaba a mi abuelo.

Era un partido Santa Fe-Tolima. Tenía nueve años y no tenía ningún pensamiento racional. Pensaba que los hinchas del Tolima venían de un barrio de Bogotá. Recuerdo estar haciendo la fila para parquear el carro, ver las camisetas de Santa Fe y unas vuvuzelas. Recuerdo oír el legendario “fa-fa-fa”.

Ese día entramos al estadio ‘como Pedro por su casa’. Quería ver a los actuales campeones, la banda de Wilson Gutiérrez, el técnico con el que conseguimos la séptima estrella. Estaba Omar Sebastián Pérez, que me recuerda el fútbol de mi abuelo (es decir la ponía en donde quería); en el arco estaba Camilo Vargas, arquero de la Selección Colombia, y Daniel Torres, el motor perfecto. Esos cuatro eran los favoritos de la hinchada. Era ir a ver buen fútbol.

Entré al Campín, era espectacular. Sentía el estadio a reventar y veía cantar a La Guardia Albirroja, esa pequeña parte del estadio que contagia al estadio completo. Intentaba aprenderme los cánticos pero era difícil. Tiempo después, supe que esas palabras que no entendía eran groserías.

En el minuto 5 Gerardo Bedoya cometió una falta. 0-1 al descanso con ese gol de tiro libre. Estaba muy nervioso porque no podíamos perder y menos de locales. Ni siquiera podía comer algo. En el segundo tiempo la espera terminó: Omar Pérez hizo un sorprendente tiro al arco desde unos 25 metros. El balón pegó en el palo, pero siguió en juego. Apareció Luis Carlos Arias, un chiquitín que tenía una técnica espectacular. No perdonó. Estaba tan feliz que no me interesó saber quién lo hizo, tuve que preguntar minutos después.

El nerviosismo era inevitable. Al minuto 80 los hinchas predecían que algo iba a pasar. Un rebote le quedó a Oscar Rodas que, con el ángulo cerrado, remató al arco para la victoria. 2-1 final en el minuto 89. Un gol para ganar la Coca Cola en banquitas es poca cosa al lado de lo que fue ese grito. Fue la primera vez que terminé afónico.

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