La afortunada intersección de dos mundos

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Por Esteban Reyes.

Una característica notable -y acaso lamentable- del siglo XX es el divorcio generalizado entre el mundo empresarial y el social. Los emprendimientos económicos y financieros fueron forjándose y creciendo a espaldas de los gigantescos desafíos sociales presentes en sus entornos. Y las causas sociales, que se gestaron con espíritu altruista, caritativo o espiritual, fueron ajenas a las vicisitudes de los mercados y anclaron así su subsistencia en la generosidad de otros o en el anhelo de los más pudientes por asegurar su entrada al paraíso. 

El compromiso social de las empresas se limitaba a la cifra de empleos generados, mientras que el rendimiento económico de las organizaciones sociales levantaba sospechas y suspicacias. Y esta dualidad, que se ha instalado en nuestros imaginarios, solo contribuye a que las empresas acentúen las problemáticas sociales -engendrando más pobreza, mayores inequidades y mayor distancia entre las personas- y a que las organizaciones sociales dependan de la caridad ajena para alcanzar sus propósitos loables.

Pero la conciencia creciente por los efectos devastadores del “capitalismo salvaje”, aunada a la profesionalización y laicismo del sector social, han ido perforando esa muralla y han generado espacios de encuentro entre dos mundos tan antagónicos. Y en las primeras dos décadas de este siglo han sido constantes los esfuerzos de las empresas por acercarse al mundo social y los de las organizaciones sociales por acercarse al emprendimiento. En dicha intersección han germinado todo tipo de conceptos y corrientes, como el emprendimiento social, la responsabilidad social empresarial, las empresas de Beneficio e Interés Colectivo (BIC), los capitales de impacto, los fondos de inversión social, los esquemas de valor compartido, los negocios sociales, los bonos de impacto social (BIS), entre otros.

La constante de todos estos modelos es utilizar las herramientas de los mercados capitalistas al servicio de propósitos de impacto social o ambiental. Es decir, hacer que el trabajo por los otros o por la naturaleza sea rentable. Así, los capitalismos “insensibles” encuentran incentivos para preocuparse por el bienestar de las personas, y las organizaciones sociales encuentran canales para hacer sostenible sus acciones y para ganar influencia y autonomía.

En el caso de Tiempo de Juego, nuestros esfuerzos por generar oportunidades para niños y niñas de comunidades vulnerables suelen ser costosos y difíciles de rentabilizar. 

Requerimos un equipo humano capacitado, una infraestructura, una serie de materiales, refrigerios y tantas otras cosas, pero no podemos cobrar por estos servicios a los participantes, pues nos ubicamos justamente en los lugares donde las oportunidades para los niños son más escasas y su capacidad de sufragar estos costos, es menor.

Esa situación nos forzó a pensar, desde los primeros años de la fundación, en cómo acercarnos a la lógica empresarial y desarrollar unidades de negocio que nos permitieran generar capacitación y empleo entre los participantes y sus familias, y que se rigieran por los cánones del mercado, para generar también valor económico.

Es esta lógica la que dio origen a la Panadería la Jugada o al taller de screen Póngale color y que hace varios años, tras haber conocido el Hotel y el Restaurante que había creado la organización Kick4Life en Lesotho, nos inspirara a desarrollar el Hotel Escuela el Habitante, actualmente operativo en Ciénaga, Magdalena. Es esta misma lógica la que le da origen a la productora audiovisual Labzuca, donde los chicos se forman y trabajan en la industria musical y de video, y donde se genera el colectivo de comunicaciones que le da vida a este medio impreso.

Adoptar la lógica del emprendimiento económico para desarrollar proyectos productivos que puedan generarle ingresos a la fundación se ha constituido en una fuente fundamental de nuestros ingresos, y al mismo tiempo nos ha permitido adoptar herramientas administrativas sólidas que repercuten en el desempeño general de la organización, como son los modelos de seguimiento y evaluación, las herramientas de costeo, la cultura de la eficiencia y tantos otros elementos trasplantados del mundo de los negocios. Cuantificar y evaluar los resultados de las intervenciones, nos ha permitido a la vez atraer valiosos recursos económicos, de empresas y corporaciones que encuentran sentido estratégico en sumarse a los esfuerzos de desarrollo social que diariamente lideramos. Y es que el siglo XXI ha sofisticado las formas de inversión bajo una mirada más sistémica, y esto ha llevado a que muchos emprendedores e inversionistas comiencen a incorporar el bienestar de los otros como una variable fija en su propia ecuación de bienestar.

El camino comienza a ser trazado. Pero aún hay mucho por inventar para que la fusión de estas dos lógicas contribuya de forma consistente y profunda a la erradicación de los problemas ambientales y sociales. El reto es de todos.

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