Fútbol y Paz – El Observador Noticias https://elobservadornoticias.com Periódico Virtual Wed, 24 Feb 2021 21:47:47 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.5.2 https://elobservadornoticias.com/wp-content/uploads/2019/06/cropped-Observador-ico-32x32.png Fútbol y Paz – El Observador Noticias https://elobservadornoticias.com 32 32 Bad Luck For Simeone https://elobservadornoticias.com/bad-luck-for-simeone/ https://elobservadornoticias.com/bad-luck-for-simeone/#respond Fri, 31 Jul 2020 23:42:45 +0000 https://elobservadornoticias.com/?p=2176

El taller de crónica futbolera “Más allá del gol de Yepes” buscaba, además de desarrollar técnicas de escritura y herramientas para analizar un jugador o un partido, desacralizar el fútbol de entretenimiento y mostrar que, más allá del marcador final, resultan valiosos el disfrute del fútbol, los gestos ocultos de los jugadores, las celebraciones íntimas de los técnicos, la ceremonia de los camerinos, las actuaciones de los protagonistas y antagonistas y por supuesto, el abrazo despersonalizado de la hinchada. El taller reunió sin quererlo a un niño de 11 años, a tres adolescentes bogotanos y a uno neoyorkino, y a un administrador deportivo de Soacha. Un grupo diverso y heterogéneo unido por el amor por la pelota.

Por Ganesh Mejia-Ospina
Edad: 16 años
Manhattan, NY
Team: Barcelona FC
Favorite players: Ricard Puig and Frenkie De Jong
Obstrucción: Un jugador


I was pleasantly surprised to see Diego Simeone in the lineups for the Argentina vs Colombia special 5th of September, 1993, while rewatching the game today. Being on the younger side of the football fan spectrum, I failed to remember that “El Cholo” was in fact a player, and a good one at that. He made part of a great Argentina team with the likes of Batistuta, Leonardo Rodriguez, and Simeone himself. Being Colombian, “el cinco a zero”, which took place on that 5th of September, is now embedded in our culture. It was told to me like a tale, a mystical happening told by elders of a village to kids seeking stories. Only until this day, did I actually sit down and watch the full game, focusing specifically on Simeone, and the frustration that must have come, playing the full humiliating 90 minutes of that disastrous defeat.

While the score reflected a putrid Argentina side vs a glorified Colombian team, reviewing the game with Argentinian narrators pointed me in the realization that Colombia was not the far greater side. Both played good games, and it was the pace of Asprilla, Valencia, and Rincon that ultimately deprived Argentina of the needed victory. But on the attack Argentina appeared, to be completely frank, the superior side. In terms of build-up, movement, and general transition in attack. I am well aware that I am directly jeopardizing my Colombian passport, when I confidently state: we got lucky. Argentina, like many teams often do, were in need of the final finish, and missed countless fruitful chances. There were minutes left when, if not for the marker counting the score, I would have sworn Colombia was being flattened into a yellowish pulp. Messy passing, unorganized movement, Colombia played scared, reaching for the sanctity and apparent safety of the counterattack. Thread it to Valderrama who would swing an inch-perfect pass to our rapid forwards. 

I turn now to the present. To Simeone as a coach, the man I know well. Being a faithful culé, Atleti have venously ruined games using a similar style of football, ironically, Colombia was using that 5th of September. Younger fans like myself know El Cholo for his “cojones”, for his indisputable bravery on the touchline. In short, Simeone is: loud, effective, and terrifying. The man is louder than his players, louder, and sometimes even more passionate than the fans. He screams in joy when his team scores. In agony when they fail to do so, disgust plainly written on his face when his solid, three lined, rock hard defense lets one slip past into the net. If his teams failed to match this passion with their own intensity on the field, he would be considered folly by the majority of the football community.

Thus, with this image of Simeone set in your mind, imagine this 5-0 defeat for the poor defensive midfielder. I can’t imagine the rage. Generally in terms of his game, Simeone played well, he did his job at least. Moving the ball, specifically switching the ball, he executed in a consistent manner. He dribbled well, creating ample amount of space for his team, and moved tirelessly from attack to defense. His movement was fine but in terms of defense he seemed lazy. You may now ask yourself, how could this man be capable of a lackluster defense job. Well…I’m just as confused as you are. He was lazy in his tackles and general desire to take the ball of his opponents. That to me does not sound like Simeone.

Alas, football can be cruel. Desperately, Argentina clinged to their pride swallowing the full 5 goals, ending in a booing from their own fans. Colombia eventually found their rhythm after the third goal, commencing their true and classy style of possession football. And as the game progressed and Colombia began outclassing their opponents, Simeone was found resorting to dirty football. The mark of a footballer desperate for a goal, a breakthrough, anything to diffuse the humiliation and sadness of the onlookers, decked in blue and white. Poor majestic Valderrama found his feet and legs hacked as he carefully and patiently maneuvered the ball, the main prosecutor Simeone. And he was even shown a yellow card for insinuating an altercation with el Pibe himself.

I can’t imagine how depressing the referee’s ending whistle was for el Cholo. The poor man was beaten by Colombia, a defeat bordering on annihilation, the mighty Argentina uncertain for next year’s World Cup. How would he react now, if he, like me, rewatched this game? I leave the reader with this question, in hopes that they empathize with the cruelty that football can many times bring.

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Riqui Puig, una crónica para el futuro del Barca https://elobservadornoticias.com/riqui-puig-una-cronica-para-el-futuro-del-barca/ https://elobservadornoticias.com/riqui-puig-una-cronica-para-el-futuro-del-barca/#respond Fri, 31 Jul 2020 23:30:28 +0000 https://elobservadornoticias.com/?p=2170

El taller de crónica futbolera “Más allá del gol de Yepes” buscaba, además de desarrollar técnicas de escritura y herramientas para analizar un jugador o un partido, desacralizar el fútbol de entretenimiento y mostrar que, más allá del marcador final, resultan valiosos el disfrute del fútbol, los gestos ocultos de los jugadores, las celebraciones íntimas de los técnicos, la ceremonia de los camerinos, las actuaciones de los protagonistas y antagonistas y por supuesto, el abrazo despersonalizado de la hinchada. El taller reunió sin quererlo a un niño de 11 años, a tres adolescentes bogotanos y a uno neoyorkino, y a un administrador deportivo de Soacha. Un grupo diverso y heterogéneo unido por el amor por la pelota.

Por Ganesh Mejia-Ospina
Edad: 16 años
Manhattan, NY
Team: Barcelona FC
Favorite players: Ricard Puig and Frenkie De Jong
Obstrucción: Un jugador


Empecé a seguir al Fútbol Club Barcelona a los siete años después del mundial del 2010, cuando me di cuenta que el hermoso fútbol de la selección española echaba raíces en Cataluña. El monstruo culé, dirigido por el gran Pep Guardiola, me cautivó con sus pases precisos y rápidos, enamorándome de casi todos los nombres que me cabían en mi pequeña cabeza de siete años. A Messi tocaba quererlo, Eso tiene menos misterio que odiar al Madrid, pero eran los tres centrocampistas mis jugadores preferidos, excluyendo por supuesto a la pulga extraterrestre. Busquets, jugando tranquilo y plácidamente en esa inolvidable ancla de líbero, conduciendo el balón de defensa a ataque. Xavi, con su retención tremenda y sus pases perfectos, de 6, orquestrando el partido al tiempo que se le venía en gana. Finalmente Iniesta, el mago, el bailarín. Jugando de 8 en el interior izquierdo, creando espacio con su perfecto dominio del balón. Estos tres jugadores son – y siempre van a ser- leyendas. Los tres son el molde ejemplar de un jugador del Barcelona; demostrando un fútbol total y teniendo un control casi perfecto del balón, con la inteligencia que lleva al gol. Hace poco hubiera dicho que desde que se fue el genio Pep no hemos fabricado jugadores de ese mismo calibre, que representen tan profundamente lo que es ser jugador del Barça. Afortunadamente me equivocaba: la llegada de Riqui Puig ha cambiado el futuro del Club. Él es mi nuevo héroe, mi esperanza para otra generación de centrocampistas geniales del equipo y la razón por la que quiero ser culé.

Yo describo a Riqui Puig como el pitufo culé. Verlo jugar es como ver una mancha pequeña azul y roja, que se mueve con velocidad sorprendente a través de un piso verde. Un defensa sin cuidado y ¡pum! Le cae el pitufo. No le tiene miedo a nadie. Si te quiere sacar, te saca, si se quiere defender, se defiende, y si quiere volar tras tu oreja con un gran esfuerzo de velocidad también lo puede hacer. Lo que le aporta al equipo veterano es frescura. Entra Puig e irradia un dinamismo contagioso, que parece rejuvenecer a los pobres viejos barrigones del primer equipo. Aunque tenga veinte años merece empezar, porque sin él los del Barça son lentos, y perezosos. Corre sin cesar, por todo el flanco izquierdo, iniciando jugadas, apagando fuegos, y poniendo presión al rival. Como diría mi abuela: “chiquito pero poderoso”. 

En Puig, viven las esperanzas de miles de culés, que esperamos tener otra revolución de La Masía; otro trío mágico como Busquets, Xavi, e Iniesta. Es una carga pesada y le va a costar. Pero es del Barça y con ese combo podrá superar cualquier desafío futbolístico.

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La primera pasión https://elobservadornoticias.com/la-primera-pasion/ https://elobservadornoticias.com/la-primera-pasion/#respond Fri, 31 Jul 2020 23:25:43 +0000 https://elobservadornoticias.com/?p=2167

El taller de crónica futbolera “Más allá del gol de Yepes” buscaba, además de desarrollar técnicas de escritura y herramientas para analizar un jugador o un partido, desacralizar el fútbol de entretenimiento y mostrar que, más allá del marcador final, resultan valiosos el disfrute del fútbol, los gestos ocultos de los jugadores, las celebraciones íntimas de los técnicos, la ceremonia de los camerinos, las actuaciones de los protagonistas y antagonistas y por supuesto, el abrazo despersonalizado de la hinchada. El taller reunió sin quererlo a un niño de 11 años, a tres adolescentes bogotanos y a uno neoyorkino, y a un administrador deportivo de Soacha. Un grupo diverso y heterogéneo unido por el amor por la pelota.

Por Pedro de Narváez
Equipo: El León
Jugador preferido: Juan Román


Obstrucción: Mi primera vez en el estadio

Un día un amigo de la infancia con el que jugaba fútbol todos los fines de semana recibió una llamada del papá para que fuera al Campín con él y su hermano mayor. No dije nada. Simón, que así se llamaba, notó mi silencio y me preguntó qué me estaba pasando. Nada, respondí, disfruten el partido. Por mi mirada entendió la indirecta.

La mirada funcionó y pude ir al partido. Sentía felicidad y nostalgia: felicidad por ir al estadio, nostalgia porque me acordaba a mi abuelo.

Era un partido Santa Fe-Tolima. Tenía nueve años y no tenía ningún pensamiento racional. Pensaba que los hinchas del Tolima venían de un barrio de Bogotá. Recuerdo estar haciendo la fila para parquear el carro, ver las camisetas de Santa Fe y unas vuvuzelas. Recuerdo oír el legendario “fa-fa-fa”.

Ese día entramos al estadio ‘como Pedro por su casa’. Quería ver a los actuales campeones, la banda de Wilson Gutiérrez, el técnico con el que conseguimos la séptima estrella. Estaba Omar Sebastián Pérez, que me recuerda el fútbol de mi abuelo (es decir la ponía en donde quería); en el arco estaba Camilo Vargas, arquero de la Selección Colombia, y Daniel Torres, el motor perfecto. Esos cuatro eran los favoritos de la hinchada. Era ir a ver buen fútbol.

Entré al Campín, era espectacular. Sentía el estadio a reventar y veía cantar a La Guardia Albirroja, esa pequeña parte del estadio que contagia al estadio completo. Intentaba aprenderme los cánticos pero era difícil. Tiempo después, supe que esas palabras que no entendía eran groserías.

En el minuto 5 Gerardo Bedoya cometió una falta. 0-1 al descanso con ese gol de tiro libre. Estaba muy nervioso porque no podíamos perder y menos de locales. Ni siquiera podía comer algo. En el segundo tiempo la espera terminó: Omar Pérez hizo un sorprendente tiro al arco desde unos 25 metros. El balón pegó en el palo, pero siguió en juego. Apareció Luis Carlos Arias, un chiquitín que tenía una técnica espectacular. No perdonó. Estaba tan feliz que no me interesó saber quién lo hizo, tuve que preguntar minutos después.

El nerviosismo era inevitable. Al minuto 80 los hinchas predecían que algo iba a pasar. Un rebote le quedó a Oscar Rodas que, con el ángulo cerrado, remató al arco para la victoria. 2-1 final en el minuto 89. Un gol para ganar la Coca Cola en banquitas es poca cosa al lado de lo que fue ese grito. Fue la primera vez que terminé afónico.

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La chica que sueña goles https://elobservadornoticias.com/la-chica-que-suena-goles/ https://elobservadornoticias.com/la-chica-que-suena-goles/#respond Fri, 31 Jul 2020 22:55:49 +0000 https://elobservadornoticias.com/?p=2154 Romina Rodríguez fue campeona con San Martín y San Lorenzo. Jugó la primera Copa Libertadores de América de fútbol femenino y la convocaron a la selección argentina. La historia de la niña que a los cinco años les pidió a los reyes magos una pelota y, cuando creció, duplicó el promedio de gol de Lionel Messi.

Por: Exequiel Svetliza

El calor pegajoso de la siesta del domingo azotaba el sueño en el Barrio Echeverría. En la calle, los perros buscaban el amparo de la sombra y unos cuantos niños audaces desafiaban al sol de verano desoyendo las amenazas de sus padres. De pronto, unas manos tímidas golpearon la puerta de la familia Rodríguez para terminar con el silencio de esa soledad soporífera. Apenas abrieron la puerta, se escuchó un pedido que sonó a súplica:

– ¿Doña Laura que la va ha dejar salir a la Romina a jugar a la pelota? – dijo la voz infantil que lideraba al grupo.

A Doña Laura Alicia Leal no le gustaba que su hija de diez años jugara al fútbol, pero terminaba cediendo al ruego de los niños; siempre con la condición de que ellos fueran los encargados de traerla de vuelta a casa en las mismas condiciones en que había salido. Esa negociación se repetía todos los fines de semana. Los chicos necesitaban la habilidad de las piernas veloces de Romina para ganarles a los muchachos de la otra cuadra o a los de Villa Muñecas en los partidos que se improvisaban en la cancha Belgrano, unas cuantas calles de ahí cruzando la vía. En ese potrero humilde de pastos desprolijos, Romina Rodríguez gambeteó la modorra de la siesta y tiró los primeros caños con los que comenzó a forjar el sueño de ser futbolista; un sueño que parecía vedado a las mujeres.
Cuentan sus padres que a Romina nunca le gustó jugar con muñecas. A los cinco años, como regalo del día de Reyes magos, recibió su primera pelota. Ella recuerda ese suceso ahora, más de dos décadas después, con un brillo de fascinación infantil en los ojos: era un balón pequeño y de plástico. Ni bebotes, ni osos de peluche, ni juegos de cocina. Esa rudimentaria esfera sería a partir de entonces su único juguete. Tan así fue que de adolescente llegó a tener 16 pelotas desparramadas por su habitación. Cuando cumplió doce años, su padre le regaló el primer par de botines: unos Lotto de 13 tapones. Romina puede, sin demasiado esfuerzo, relatar toda la genealogía de los que siguieron – más de diez pares a los que enumera por marca – hasta llegar a los Nike que ahora calza y que muy pronto tendrá que reemplazar porque están gastados de tanto fútbol.
Para explicar por qué Romina prefirió los botines a los zapatos de taco aguja, o por qué eligió pelarse las rodillas para disputar una pelota en la canchita del barrio en lugar de saltar el elástico como las demás niñas, basta recurrir a un trillado lugar común: Romina lleva el fútbol en la sangre. Su padre, Julio José Rodríguez, jugó cuatro años en la primera de Atlético Tucumán a comienzos de los setenta. Era lo que por entonces se denominaba wing izquierdo. Se destacaba por la velocidad de sus desbordes y la pegada potente de su zurda. Julio compara su estilo de juego con el de otros grandes futbolistas de su época como Oscar “Pinino” Más y Jorge Alberto Comas: “Para mí eran dos fuera de serie. Ellos agarraban la pelota como venía y le pegaban. Así la agarraba yo antes. Ahora, no agarro ni el colectivo”. Tras pasar por clubes como San José, Talleres de Córdoba y Ciclón de Tarija, Julio abandonó el fútbol profesional. Sin embargo, nunca pudo dejar de jugar a la pelota. Esa pasión inextinguible por el juego es parte de la herencia futbolística que le legó a Romina. Desde que era apenas una niña, ella se levantaba todos los domingos a las ocho de la mañana para que Julio la llevara a la cancha Belgrano, donde él participaba de un torneo de veteranos. En esa cancha, mientras su padre jugaba a no despedirse del fútbol; Romina aprendía sus primeras lecciones.
Cada vez que tenía la oportunidad de encontrarse con una pelota, Romina jugaba. Y cuando ella jugaba, los demás miraban. Dentro de la cancha, los jugadores contrarios se resignaban a verla pasar a toda velocidad con el balón dominado. Afuera, los curiosos se acercaban a ver como esa niña menuda eludía con desparpajo a cuanto varón rival se le pusiera enfrente. Uno de los primeros en descubrir esa destreza innata que la destacaba fue el ex jugador y director técnico de Atlético Tucumán Ángel Guerrero. Cuando la vio hacer pataditas y otras de sus habilidades en una de las canchas de Campo Norte, no dudó en sugerirle a su padre que la llevara a jugar en el equipo de fútbol femenino de Atlético. A pesar de los reproches de la madre, que no quería que su hija descuidara los estudios, Julio la llevó al Complejo Ojo de Agua y Romina tuvo a los 11 años su primera prueba. Esa fue también la primera vez que ella jugó al fútbol con otras chicas y el resultado no sería distinto de cuando lo hacía con varones: cada vez que la pelota llegaba a sus pies, Romina corría dejando tras ella un tendal de jugadoras contrarias. El diagnóstico del técnico Julio Cisterna fue contundente: la chica juega una barbaridad.

*****

Romina no tardó en abandonar la cancha del barrio para entrenarse con el equipo de fútbol femenino de Atlético, donde jugó cuatro años hasta que en el 2000 se cambió al eterno rival. Para los Rodríguez, una familia de puros hinchas decanos, su pase a San Martín parecía una traición al fanatismo cultivado durante varias generaciones. En un principio, su padre trató de convencerla de que siguiera en el club donde él vivió su gloria de jugador, pero después comprendió que ese cambio era parte del desarrollo profesional de su hija. A Romina, alejada de esas dicotomías futboleras, lo que le importaba era continuar su carrera de futbolista y el complejo donde entrenan las chicas de San Martín le quedaba más cerca de su casa. Además, siempre se ha considerado sólo hincha de River. Con respecto a los equipos tucumanos, se define con la tibieza del término simpatizante; esa especie de limbo pasional que le permite a uno sentirse afín a un club sin que ello suponga un pacto tácito, visceral e irrenunciable de por vida.

Como jugadora de San Martín, Romina ocupó distintas posiciones dentro de la cancha: fue lateral, mediocampista y delantera por derecha. Es lo que la ciencia futbolística y el periodismo deportivo denominan una jugadora polifuncional. Según el director técnico Florencio Robles – quien la conoce desde el año 2005, cuando se hizo cargo de la conducción del fútbol femenino de la Ciudadela -, las principales características de Romina son su velocidad y la potencia de su pegada, por eso es una de las encargadas de manejar las pelotas paradas en el equipo. A pesar de su condición de polifuncional, sin dudas, sus virtudes más sobresalientes se vislumbran cuando pisa el área rival. Romina participó en la mayoría de los planteles que obtuvieron los 28 títulos que hoy ostentan las chicas de “El Santo” y en, al menos, dos campeonatos consecutivos se consagró como goleadora absoluta. Las estadísticas son contundentes: en el torneo Apertura de la Liga Tucumana de fútbol del año 2011 convirtió 23 goles en diez partidos, ocho de ellos en el encuentro contra Sportivo Guzmán. Lo que significa que su promedio de gol en ese campeonato fue de 2,3 tantos por partido, casi el doble que las mejores cifras del mejor jugador del mundo, Lionel Messi (En su temporada más prolífica con el Barcelona, la 2011/2012, el promedio de gol del rosarino fue de 1,22 goles por partido). Como para no dejar duda de su vigencia en las redes, Romina metió el año pasado 26 goles en 20 partidos, con un promedio de 1,3 tantos por encuentro.

Quizás fue esa capacidad goleadora de la delantera de San Martín lo que atrajo la atención del director técnico de San Lorenzo de Almagro, Alejandro Almeyra. Cuando el entrenador la vio jugar, no dudó en sumarla a su plantel y a mediados de 2008 Romina y su compañera Yanina Ledesma emigraron a Buenos Aires. Esa fue la primera transferencia de jugadoras tucumanas a uno de los equipos grandes de la capital. Una vez allá, las chicas se instalaron en la casa de Doña Quela, la madre de Florencio Robles que vive en Lugano. Desde ahí tenían apenas 20 minutos de viaje hasta El Bajo Flores, donde entrena el equipo de fútbol femenino de San Lorenzo. Por entonces, el club les pagaba 280 pesos mensuales en viáticos que les permitían afrontar los gastos de traslado y comida.

En San Lorenzo, Romina jugó de lateral y volante por derecha (de cuatro y ocho, según la equivalencia numérica futbolística usada antaño). A pesar de jugar alejada de lo que ella considera su hábitat natural dentro de la cancha, el área rival, tuvo un gran desempeño. A sólo dos semanas de su llegada a San Lorenzo, fue titular en el partido contra Boca Juniors; equipo considerado por los especialistas como el mejor del país en fútbol femenino. Esa fue la primera vez que las chicas de Boedo le ganaron a Boca en su cancha. En la tribuna, presenciando la hazaña, estaba José Carlos Borello, director técnico de la selección nacional de fútbol femenino. Una semana después, Romina recibió una carta en la que le anunciaban que tenía que presentarse en el predio de la AFA en Ezeiza.

Hacía un tiempo que Romina se había mudado de la casa de Doña Quela a una pensión en Ciudad Evita que compartía con otras jugadoras de San Lorenzo; todas ellas de distintas provincias del país. De ahí la buscaba dos veces a la semana un colectivo de AFA para llevarla a Ezeiza. El resto de los días, entrenaba o jugaba con el equipo de San Lorenzo. Lo primero que le sorprendió de entrenar con la selección nacional fue la profesionalidad con que estaba organizado el plantel. Al llegar, en el vestuario del predio la esperaba, prolijamente planchada y acomodada, la indumentaria deportiva que usaría ese día. Al finalizar cada entrenamiento, un nutricionista le daba una colación que consistía en un sándwich y una fruta. Además, contaba con la asistencia de kinesiólogos, masajistas y psicólogos. Era un mundo nuevo; un mundo perfectamente ordenado para que ella se preocupara sólo en jugar al fútbol.

Durante ese mes que Romina entrenó con la selección nacional, la AFA le pagó 90 pesos por cada entrenamiento del que participó, pero el premio mayor fue la emoción que sintió la primera vez que se vio vestida con la ropa de la celeste y blanca. Mientras ella vivía el sueño de todo futbolista, desde Tucumán viajaban por teléfono las lágrimas de orgullo de sus familiares más cercanos y en el suplemento deportivo de La Gaceta le dedicaban una nota de más de media página.

Ese año no sólo San Lorenzo se consagró campeón del torneo femenino de AFA por primera vez en su historia con un gol de Romina en el partido final, sino que se clasificó para lo que sería la primera Copa Libertadores de América jugada por mujeres. El torneo sudamericano se organizó en Brasil durante octubre de 2009. Si bien las chicas de San Lorenzo no pasaron a la segunda fase, Romina realizó una buena tarea jugando como lateral por derecha y tuvo la posibilidad de codearse con algunas de las mejores jugadoras del mundo, entre ellas, Marta Vieira Da Silva; conocida en Brasil como Pelé con faldas. Cuando finalizó la copa, Romina viajó a Tucumán. En enero de 2010 la esperaban en el Bajo Flores para empezar la pretemporada, pero no volvió más a Buenos Aires.

Cuando le pregunté por qué no regresó a San Lorenzo, ella me dio una respuesta sencilla que se me ocurrió extremadamente humana:

– Me sentía sola. La soledad me mataba.

Son las 17 del viernes y el sol de enero irradia un brillo que parece capaz de incinerar los cuerpos que ahora corren en una de las canchas ubicadas al fondo del Complejo Natalio Mirkin. A unos treinta metros de ahí, niños y adultos nadan aliviados en la pileta del club y, tendidas en el pasto, algunas jóvenes en bikini enfrentan apáticas el fulgor abrasador. Hace calor. Mucho calor para jugar al fútbol. Demasiado calor hasta para ver jugar al fútbol. Sin embargo, las chicas corren. Algunas, con pecheras naranjas y otras, con pecheras rojas. La que ahora pide la pelota es la siete de las naranjas, Romina Rodríguez.

La veo correr cincuenta metros con la pelota pegada a los pies.

La veo tirar pases y centros de precisión quirúrgica.

La veo llegar al área rival tirando paredes con la número nueve, desparramar a la arquera y empujar la pelota con el arco vacío.

La veo patear desde afuera del área y clavarla por arriba de la arquera.

La veo cabecear una pelota al ángulo.

La veo cabecear de pique al piso.

Y la veo putear cuando la pelota se va apenas lejos de un palo.

Una vez finalizada la práctica de fútbol, Romina se acerca hasta donde estoy y nos sentamos detrás de uno de los arcos a la sombra de un gran árbol. Aparenta algunos años menos que sus 26. Quizás por su cuerpo delgado de un metro sesenta de alto. O tal vez porque su sonrisa le da cierto aire infantil. Es morocha y tiene los ojos grandes y oscuros. Usa el pelo recogido con excepción de una rasta que se escapa del rodete y baja hasta la nuca. En su muñeca derecha se puede leer un tatuaje en letras cursivas con la palabra Julieta y en la nuca otro que dice Stefi. Son los nombres de dos de sus sobrinas. En el dorso de una mano, arriba del pulgar, luce una pequeña letra ere como inicial de su nombre y en la otra, una eme que representa a un viejo amor. “Tenía trece años y una nube de pedo en la cabeza cuando me lo hice”, se justifica.

La sombra del viejo árbol es sólo un placebo. El calor pega y la humedad se siente en la piel, pero a Romina eso no parece importarle. Se acostumbró al bochorno sofocante del horno de la fábrica de dulces artesanales donde trabaja de lunes a viernes, desde las siete de la mañana a las cuatro de la tarde. Los tres días a la semana que tiene que venir a entrenar, camina apurada bajo el sol de la siesta las diez cuadras que separan a la fábrica de su casa y espera que pasen a buscarla en su auto el director técnico Florencio Robles y su esposa, Claudia Lencina, que también entrena con las chicas de San Martín. Hoy, como siempre que el verano tucumano se vuelve asfixiante, su madre trató de convencerla de que se quede en casa y no se exponga al calor. Pero a Romina nada parece importarle más que el fútbol.

Fotos: Flor Zurita

Romina habla de su vida con sencillez de futbolista. Cuando intenta explicar qué significa el fútbol para ella repite varias frases hechas: que el futbol es su vida, que lo lleva en la sangre o que sería capaz de dejar cualquier cosa por este deporte. Lo que da verdadero sentido a todas esas frases es el brillo que se enciende en sus ojos cuando las pronuncia. Basta ver ese brillo para convencerse de la verdad que encierra la simpleza de esos conceptos. Con esa chispa en la mirada, recuerda ahora los primeros partidos de su infancia en la canchita del barrio. Me cuenta que, en un principio, no lograba que los hombres la dejaran jugar. Ellos argumentaban que, por su condición de mujer, no tenía demasiada fortaleza física y podían llegar a lastimarla en algún roce propio del juego: “Yo les discutía. Quería jugar. No importaba que me golpearan”. Una vez que le permitían entrar a la cancha, ella se encargaba de desmentir esa supuesta debilidad y los humillaba tirando caños.

– ¿De chica jugabas mejor que los varones? – le pregunto.

– Si, porque, por ahí, eran medio mariconcitos. Por miedo a golpearme no me querían chocar y yo los tiraba. A mí no me importaba, yo jugaba. Con tal de tener una pelota en los pies, no me importaba jugar con varones más grandes que yo. – responde con una sonrisa que se le estira en la comisura de los labios.

La mayoría de las veces, esos picados tenían como único premio una gaseosa que luego compartían vencedores y vencidos. En otras ocasiones, se jugaba por plata. Entonces, el partido podía terminar a las piñas, aunque Romina nunca participaba de esas trifulcas: “A veces se armaba, pero yo no me metía. Porque si me metía iba a perder como en la guerra”.

– Debe haber sido difícil para vos practicar un deporte tan machista como el fútbol…

– Si. A veces una escucha por ahí que el fútbol no es para mujeres. Que la mujer tiene que estar en la casa y cocinar, planchar, limpiar. Para mí que no es así ¿si es un deporte que te gusta por qué no hacerlo? Yo no le llevo el apunte a las cosas que dicen. Yo hago lo que a mí me gusta, no lo que les gusta a ellos. – dice con convicción, casi con bronca.

*****

El fútbol era sólo cosa de hombres en Tucumán, en el año 1996, cuando un grupo de chicas de la Escuela Sarmiento comenzó a reunirse todas las semanas en el Complejo Natalio Mirkin del club San Martín para jugar a la pelota. Era un hecho inédito en la provincia y para muchas mujeres significaba la oportunidad de practicar un deporte del cual el género femenino parecía excluido. En poco tiempo se sumaron nuevas jugadoras, armaron equipos, surgieron rivalidades y empezaron a jugarse pequeños torneos. Por iniciativa de las chicas que formaban los planteles de Atlético y San Martín, a mediados de 1999, se realizó el primer campeonato oficial de fútbol femenino organizado por la Liga Tucumana de Fútbol. En esa ocasión, las campeonas fueron las jugadoras de “El Santo”. Ese sería el comienzo de una implacable racha de títulos.

En futbol femenino, el equipo de San Martín tiene una contundencia quizás sólo comparable a la del Barcelona de Josep Guardiola. Desde que comenzaron a jugarse los torneos de la liga, en 1999, el plantel obtuvo 28 títulos; entre campeonatos locales, regionales, nacionales y un torneo internacional que se jugó en Córdoba en el 2008. Con bastante frecuencia, esa supremacía futbolística de las chicas de San Martín se tradujo en goleadas tan exageradas como difíciles de creer. El récord fue en 2009 cuando le ganaron por 25 a 0 al equipo de San Juan con quince goles de la delantera Pilar González. En ese partido, las jugadoras de la Ciudadela marcaron un promedio de un gol cada tres minutos y medio. El año pasado lograron superar esa marca cuando vencieron por 21 a 0 a Sportivo Guzmán. Como el partido se suspendió a los cinco minutos del segundo tiempo, el inverosímil promedio fue de un gol cada dos minutos, 22 segundos.

En San Martín, como en el resto de los clubes de la provincia, el futbol femenino es una disciplina amateur. Las jugadoras no sólo no cobran por entrenarse y jugar, sino que tienen que pagar la cuota social del club, los árbitros de los partidos y los viajes cuando les toca jugar de visitante. Además, entre todas, colaboran para pagarle viáticos al entrenador, “El mocho” Florencio Robles. Los 200 pesos mensuales que él recibe como ayuda económica le alcanzan para cargar GNC al auto en el que va a los entrenamientos tres veces por semana.

¿Cuál es la diferencia entre el fútbol de las chicas y el fútbol de los chicos?

Es la pregunta que me hago sentado en un banco de cemento al costado de la cancha del complejo donde ahora juegan las chicas de San Martín. Mi primera impresión es que ver el fútbol que juegan las mujeres es más divertido. No es ese fútbol-ajedrez mezquino y especulador donde un equipo espera el error del adversario para obtener un resultado favorable. Las chicas parecen más preocupadas en llevar la pelota hasta el otro arco que en evitar que se acerque al suyo. Y las chicas la mueven, la pisan, la pasan. Lo hacen bien, sin necesidad de recurrir a faltas y otras interrupciones. Es un juego dinámico, técnico y ofensivo. La pelota está siempre rodando y las chicas corriendo detrás de ella. Puede sonar disparatado, pero creo que las chicas no juegan al fútbol que todos conocemos y vemos por televisión. Ellas practican un deporte más anacrónico, más noble: juegan a la pelota.

Le planteo la cuestión a Soledad Miranda Villagra, la rubia de ojos claros que cumple la doble función de arquera y preparadora física del equipo de San Martín. Soledad tiene 33 años y es la única jugadora en actividad de aquel grupo de chicas que fundó el fútbol femenino en la provincia. Ella participó de los 28 títulos que ganó San Martín, primero como delantera y ahora desde el arco. Cuando se recibió de profesora de educación física se hizo cargo ad honorem de la preparación del plantel y me explica que en ese aspecto se encuentra la clave para entender la diferencia en la forma de jugar de hombres y mujeres: “La única y gran diferencia está en la parte física. Los hombres son más rápidos. La velocidad es distinta porque tienen más fuerza y potencia que las mujeres, es una condición natural porque tienen más volumen muscular. En cuanto a la habilidad y al sistema de juego, es igual para ambos, sólo que los hombres son más explosivos por esa diferencia física”.

Para Florencio Robles, desde el punto de vista técnico y táctico el futbol es el mismo para hombres y mujeres. La distinción fundamental pasa por una cuestión más bien folclórica: “Los hombres tienen mañas que las mujeres no tienen. Ellas no tienen eso que en el fútbol llaman mala picardía. Por ejemplo, si van a buscar un centro no sacan ventajas agarrando de la camiseta a la otra jugadora. Si lo hacen, lo hacen mal. Les cobran penal o les sacan tarjeta. Ellas tienen esa inocencia para jugar”.

Cae la tarde en el Barrio Echeverría. Es ese momento del día que las abuelas llaman “la oración”. En la calle Emilio Castelar al 2500, donde vive la familia Rodríguez, tres carros descansan sin caballos y los vecinos que han sacado sus sillas a la vereda conversan.

Romina me recibe en la cocina-comedor de la modesta casa familiar. En el amplio salón de paredes sin pintar, un gran televisor transmite un programa de chimentos y el sonido se mezcla con el trino de los pájaros en sus pequeñas jaulas: un cardenal y una reina mora trampeados por uno de sus hermanos. En uno de los rincones de la habitación, arriba de un aparador colmado de adornos, descansan unos siete trofeos. Todos son de Romina. La mayoría por haber sido la goleadora de algún torneo, como el que trajo anoche de Santa María donde San Martín jugó un cuadrangular. Ella hizo siete goles en los tres partidos y el equipo se coronó campeón. También están ahí el premio La Gaceta que le otorgaron periodistas deportivos por considerarla, entre hombres y mujeres, la mejor futbolista tucumana del 2008, el Independencia del año 2006 y la distinción a la Deportista de la Ciudad Histórica del 2009. En uno de los extremos de la mesa rectangular está sentado Julio Rodríguez, su padre. Un morocho de 60 años con el pelo corto y canoso. Tiene estampa de ex futbolista: los hombros angostos tirados para atrás y el estómago abultado. En su rostro surcado de arrugas brillan los mismos ojos grandes y oscuros de su hija.

Julio me dice que de sus años de futbolista le han quedado muchos amigos pero nada de plata. Ahora continúa jugando a la pelota con los veteranos y es profesor de la escuela de fútbol Club Social y Deportivo Los Ángeles. Le gusta mucho hablar de fútbol. De cómo era antes el deporte y cómo es ahora. Presiento que podría pasarse horas filosofando al respecto.

– ¿La va a ver jugar a Romina? – le pregunto

– En realidad, va más la madre. Lo que pasa es que yo soy gritón ¿por qué? Porque no me gusta a veces la forma en que la hacen jugar. Hay partidos en que está más preocupada por marcar que por jugar.

Doña Laura sigue la conversación desde la otra punta de la mesa mientras vigila a cuatro de sus nietos que corretean por toda la casa. Me mira y asiente. Va cada vez que puede a los partidos que juega su hija. En un principio, no quería que ella abandone la escuela secundaria para ser futbolista, pero terminó por aceptar su vocación. Por eso la acompaña a la cancha y también grita, pero no al técnico como Julio, sino a los árbitros. En el último clásico que jugaron las chicas de San Martín y Atlético el árbitro le sacó tarjeta roja y la expulsó de la tribuna. Al parecer no le gustó que Doña Laura le dijera que cobraba mal porque las astas no le dejaban ver la jugada.

Laura y Julio están separados hace ya tiempo y cada uno ha armado su propio álbum con recortes de diarios y fotos de Romina. Ahora, la disputa es por cuál de los dos tiene el álbum más completo. Mientras me muestra las notas que publicó La Gaceta cuando Romina se fue a San Lorenzo y jugó la Copa Libertadores de América, Julio me cuenta que se siente orgulloso por los logros de su hija.

– ¿Le parece que Romina juega mejor de lo que jugaba usted? – disparo la pregunta directo a su orgullo.

– Nooooooooo – me contesta guiñando un ojo mientras Romina y su madre ríen divertidas. Luego, se ríe él también, hace una pausa y explica – Me encanta como juega. Me gusta la forma en que ella se mueve en la cancha cuando juega suelta, pero cuando tiene la obligación de marcar ya no me gusta. Bah, no es que no me guste, sino que yo me pongo mal porque lo que a mí me gusta es que ella meta goles.

De pronto, comprendo que la vida de Romina se reduce a dos mundos: la cancha y esta casa humilde. Es una chica de barrio que comparte la habitación con su madre y charlas futboleras con su padre. Que juega con sus sobrinos, que escucha música en su teléfono celular y que se anima a bailar de vez en cuando en algún festival folclórico. Comprendo también por qué no volvió a jugar en San Lorenzo. Para ella, Buenos Aires fue el exilio. Vivir del fútbol era morirse de soledad y eligió volver con su familia. Una vez en Tucumán, tuvo que enfrentarse a una doble imposibilidad: no podía vivir del fútbol pero tampoco sin él.

Ahora Romina – que tiene puesta una remera roja de San Martín y la cara bastante colorada por el sol de Santa María- va hasta el aparador y trae a la mesa un manojo de medallas de distintos tamaño, forma y color. Son de los campeonatos obtenidos con San Martín. “Ahí tenés la guita ¿ves? Agarrás y las vendés como bronce”, dice Julio en tono jocoso. Entonces, se me ocurre que, de haber nacido varón, Romina podría vivir de su talento. No tendría que armar alfajores en el calor de la siesta y podría comprar una casa en cualquier barrio de Tucumán o manejar un auto último modelo.

– ¿Te parece injusto que por ser mujer no puedas vivir de lo que te gusta?

– Si, te da un poco de bronca porque acá el fútbol femenino es un deporte amateur y no tenés la posibilidad de que te compre un club o tener un contrato y un buen sueldo que te permita vivir de esto. Acá muchas chances no tenés. La única posibilidad es ir a jugar a otro país. – me contesta con un dejo de resignación.

– ¿Cómo ves tu futuro en el fútbol entonces?

– Mi mayor sueño es tener la posibilidad de ir a jugar a un club del exterior. Creo que con sacrificio y confianza puedo llegar. Sé que tengo las condiciones necesarias.
Afuera ya es de noche y quedan dos de los carros sin caballos. No hay vecinos conversando en la calle a oscuras. Sólo un niño de unos nueve años que patea una piedra. Lleva puesta la camiseta de la selección argentina y llego a distinguir el diez en la espalda, pero no el nombre. Lo más probable es que diga Messi, aunque existe la posibilidad remota de un Maradona. Después de todo, ese número sigue siendo suyo. Quizás por eso, como un reflejo, me llega el recuerdo súbito de esas imágenes en blanco y negro del Diego de Villa Fiorito, con cara de niño y rulos desprolijos, diciéndole a la cámara que sus sueños eran dos: jugar un mundial y salir campeón. A Maradona se le cumplieron, como quizás se le cumplan a Romina y al changuito de la diez. Si sucede no será por azar, sino porque han aprendido a soñar cuando los demás dormían.

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Bautizado en el nombre del balón https://elobservadornoticias.com/bautizado-en-el-nombre-del-balon/ https://elobservadornoticias.com/bautizado-en-el-nombre-del-balon/#respond Thu, 30 Jul 2020 04:31:07 +0000 https://elobservadornoticias.com/?p=2147

El taller de crónica futbolera “Más allá del gol de Yepes” buscaba, además de desarrollar técnicas de escritura y herramientas para analizar un jugador o un partido, desacralizar el fútbol de entretenimiento y mostrar que, más allá del marcador final, resultan valiosos el disfrute del fútbol, los gestos ocultos de los jugadores, las celebraciones íntimas de los técnicos, la ceremonia de los camerinos, las actuaciones de los protagonistas y antagonistas y por supuesto, el abrazo despersonalizado de la hinchada. El taller reunió sin quererlo a un niño de 11 años, a tres adolescentes bogotanos y a uno neoyorkino, y a un administrador deportivo de Soacha. Un grupo diverso y heterogéneo unido por el amor por la pelota.

Por Sergio Gamboa
Edad: 30 años
San Mateo, Soacha Cundinamarca
Equipo: Independiente Santa Fe
Jugador preferido: Sócrates Brasileiro Sampaio de Souza Vieira de Oliveira


Obstrucción: Mi primera vez en el estadio

El 23 de agosto de 1997, y con solo 8 años, salí del barrio Molinos del sur de Bogotá junto con mi tío Wilson a conocer el estadio Nemesio Camacho el Campín. Ese domingo soleado, sin sospecharlo, fui bautizado en el nombre del fútbol como hincha de Independiente Santa Fe, el equipo que, hasta hoy, es la fuente más profusa de mis amores y desamores.

El viaje al estadio el Campín lo hicimos en un bus cebollero, como le decíamos a los carros ya destartalados y viejos. En el camino se fueron subiendo hinchas azules y rojos. Era mi primera oportunidad para lucir la camiseta roja y mostrarles a amigos y rivales que también estaba acorde a la ceremonia sagrada del gol. El marcador no me resultaba importante, solo quería disfrutar de lo que para mí era una batalla de hombres heroicos y sobrenaturales.

Me instalé en la parte alta de oriental del estadio el Campín con la fortuna de tener una vista amplia de la cancha. Aún faltaba una hora para el partido. Al lado nuestro se sentó un señor de edad que traía consigo una sudadera roja, una gorra de pinturas Pintuco y un radio casi del tamaño de su cabeza. Estaba escuchando a los narradores del partido donde hablaban de la difícil situación económica y deportiva de Santa Fe: no tenían cómo pagarle a los jugadores y no iban bien en la tabla. Se presagiaba una victoria con goleada de Millonarios. El señor, que se percató de que yo también estaba escuchando la radio, se volteó a mirarme para decirme: “aquí el único que nos puede sacar de esta desdicha es Dios, porque el dinero ya no lo hizo”. Supuse, a mi edad, que Dios se sentaba a ver fútbol los domingos para hacer un milagro de vez en cuando.

Los jugadores salieron al terreno de juego y en las laterales las hinchadas empezaron a cantar con mayor fuerza. Entre rollos de papel que volaban para enredarse con la enrejada se escucharon los himnos de Colombia y Bogotá. El señor del radio comentó: “Con Santa Fe siempre es así, sufriendo. Hay que ver a Dudamel (arquero de Santa Fe) que, sin importar si le pagan o no, está dispuesto a dejarlo todo por el equipo”.

El partido arrancó. En el primer tiempo Santa Fe tuvo un penal a su favor. La hinchada se emocionó, más aún cuando Dudamel fue el encargado de cobrarlo. La desgracia parecía ser el destino del Rojo, pues el portero falló el disparo. Ya estaba entendiendo lo que era ser hincha del León.

En el segundo tiempo los cielos, los dioses y la suerte se conjugaron para hacer el milagro del gol y de la victoria. Por la radio me enteré de que Santa Fe iba a hacer un cambio: entraba Luis Angulo en el ataque. Yo, que no sabía mucho de fútbol, esperé a que el moreno le colocara magia y picante al partido. Y así fue: llegó el primer gol para el equipo cardenal y el primero para mi vida. Aunque no lo pude ver bien, pues alguien se cruzó en mi vista, sentí la reacción de mi tío y su fuerte abrazo. Oficialmente ya era hincha del León y, tal vez, me convertí en una cábala para el equipo.

Todo fue alegría en las gradas para los seguidores rojos. Desde la tribuna se oyó un ensordecedor: “daleeee, daleeee, daleee, rooooojo”. Faltaban diez minutos para terminar el encuentro y las nubes se abrieron para dejar salir un destello de luz, como si fuera la señal de que las palabras del señor del radio habían sido escuchadas. El rayo pareció caer sobre Ángulo que, como si fuese guiado por los mismos dioses, emprendió una lucha solitaria por marcar el segundo gol. Dejó a tres jugadores de Millonarios y, con la delicadeza de un poeta, golpeó el balón con la pierna derecha bañando al arquero Burgues. La hinchada roja se puso de pie y dejó salir un grito de felicidad. Mi tío y yo terminamos abrazando desconocidos. Ya no había nada que decir, esa tarde en el Campín comenzó una relación con Santa Fe. Entendí que, sin importar si perdía o ganaba, el amor por este equipo me iba a acompañar siempre. Era mi bautizo del equipo cardenal, tanto así que esperé 15 años para verlo campeón.

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Roma vs. Lazio (enero 26 de 2020) https://elobservadornoticias.com/roma-vs-lazio-enero-26-de-2020/ https://elobservadornoticias.com/roma-vs-lazio-enero-26-de-2020/#respond Thu, 30 Jul 2020 04:24:20 +0000 https://elobservadornoticias.com/?p=2144

El taller de crónica futbolera “Más allá del gol de Yepes” buscaba, además de desarrollar técnicas de escritura y herramientas para analizar un jugador o un partido, desacralizar el fútbol de entretenimiento y mostrar que, más allá del marcador final, resultan valiosos el disfrute del fútbol, los gestos ocultos de los jugadores, las celebraciones íntimas de los técnicos, la ceremonia de los camerinos, las actuaciones de los protagonistas y antagonistas y por supuesto, el abrazo despersonalizado de la hinchada. El taller reunió sin quererlo a un niño de 11 años, a tres adolescentes bogotanos y a uno neoyorkino, y a un administrador deportivo de Soacha. Un grupo diverso y heterogéneo unido por el amor por la pelota.

Por Antonio Chaves Carrizosa
Edad: 10 años
Brooklyn, NY
Hincha de la Lazio
Jugador preferido: James


Obstrucción: Mi primera vez en el estadio

Llegando al estadio había cantidades enormes de fanáticos de la Roma gritándole insultos a los de la Lazio. Yo me imaginaba que los de la Lazio estaban haciendo los mismos insultos a los de la Roma. Yo era hincha de la Lazio pero estaba asustado de los insultos. Yo sabía que mucha gente iba a estar triste con cualquier resultado.

Cuando empezó el partido la lluvia se volvió más fuerte y el frío se volvió más frío. Había dos lados del estadio, el de la Lazio y el de la Roma. Los hinchas se pusieron más bravos aún cuando ningún equipo estaba jugando bien. Mi cabeza cambiaba de lado a lado cada cinco segundos. En los dos lados los hinchas hacían mosaicos con papel que eran cheverísimos. Yo me imaginaba una torre de papel de diferentes colores para los mosaicos.

La Roma estaba dominando el partido, los jugadores y los hinchas. Edin Dzeko metió un gol de cabecita por encima de Strakosha y los hinchas gritaron más duro que nunca. Yo estaba aburrido y me quería ir al hotel. Ya era tarde, pero los gritos de la hinchada me hicieron quedar despierto. Quince minutos después Pau López, el arquero de la Roma, rechazó mal la pelota que le llegó a los pies de Acerbi y este metió el 1-1.

El resto del partido fue muy aburrido. No pasó nada pero los hinchas no parecían ni aburridos ni cansados de gritar e insultar. Cuando terminó el partido mi mamá salió con una bufanda de la Lazio rodeada por hinchas de la Lazio. Un policía vino y le dijo que se la tenía que quitar porque podía ser peligroso. Desde entonces la Lazio ha sido mi equipo preferido.

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My first love with football https://elobservadornoticias.com/my-first-love-with-football/ https://elobservadornoticias.com/my-first-love-with-football/#respond Wed, 29 Jul 2020 17:05:52 +0000 https://elobservadornoticias.com/?p=2140

El taller de crónica futbolera “Más allá del gol de Yepes” buscaba, además de desarrollar técnicas de escritura y herramientas para analizar un jugador o un partido, desacralizar el fútbol de entretenimiento y mostrar que, más allá del marcador final, resultan valiosos el disfrute del fútbol, los gestos ocultos de los jugadores, las celebraciones íntimas de los técnicos, la ceremonia de los camerinos, las actuaciones de los protagonistas y antagonistas y por supuesto, el abrazo despersonalizado de la hinchada. El taller reunió sin quererlo a un niño de 11 años, a tres adolescentes bogotanos y a uno neoyorkino, y a un administrador deportivo de Soacha. Un grupo diverso y heterogéneo unido por el amor por la pelota.

Por Ganesh Mejia-Ospina
Edad: 16 años
Manhattan, NY
Team: Barcelona FC
Favorite players: Ricard Puig and Frenkie De Jong


Obstrucción: Mi primera vez en el estadio

2010 came, and I was 7. I remember little of that time except my new and bright love for football. The summer of that same year the world cup had started in South Africa, and frankly, I could have cared less. I was happy playing the sport. Watching football was an abhorrent task that required my 7-year-old self’s patience, and as readers will most likely know, that is not a trait commonly found in children that age. Playing, on the other hand, was pure gold. My father, and at that time coach, would play with me 1v1, abusing his unruly long legs. And while I thought he was clearly a disgusting cheater, I still enjoyed playing. He tried to convince me to watch the games and I refused. Except on July 11, when not surprisingly, he abused his power again and dragged me to a friend’s house to watch Spain against the Netherlands.

I remember little of the setting. The room I was in was dark and small, and not big enough for the many spectators watching. The screen in which the games were being projected on was huge for my 7-year-old self and heightened the atmosphere of the oppressive dark room. Innocent and naive, I started to watch with arms crossed and mouth firmly closed. But as my father most likely knew, my emotions would change to reflect joy and wonder. The Spanish team was playing, as I later learned, a form of beautiful football. Some call it “tiki taka”, others “total football”. I firmly attached myself and fell dangerously in love. I can only describe it as a dance with high risk/ high demand. Spain would pass the ball using one to two touches, maneuvering quickly and provocatively around the Dutch team. Xavi to Iniesta, who touched it to Busquets, moving it to Puyol, who switched it to Pique. Each Spanish player perfectly positioned to receive the ball and move to another and even better position.

Naturally, the Dutch, in desperation and confusion, resorted to dirty and disgusting play. During the course of those 120 minutes, the Dutch became the greatest antagonists in my life. More than Darth Vader, Voldemort, Captain Hook, and the Monster that inhabited my closet. I hated Robben, Van Persie, De Jong, Blind, Sneijder etc.… This hate climaxed when Alonso was karate-kicked in the chest and De Jong received a mere yellow card. And while the Spanish dance was working, it wasn’t a walk in the park. Holland had chances and almost scored in the 60th minute, making Casillas pull off a spectacular save from Robben.

It was a fight to death, as any world cup final should be, and both sides labored on and on, fighting for that lucky strike that would win them the game. 90, 95, 100, 105, 110 minutes passes, and nothing, the tallie still scoreless. Until in the 116th minute, Fabregas found Iniesta, perfectly onside, one on one with Cillisen. The whole world seemed to inhale, desperately gasping for the ball to hit the back of the net. Iniesta impatiently forgot to wait for the world to exhale, and in flash the ball had found the back of the net, Iniesta screaming inaudibly amidst the screams of the crowd. I was, to say the least, star struck. So many indescribable emotions at the same time. Any football fanatic can relate to this roller coaster of emotions. The final breakthrough that defines a dramatic goal. And the first time I experienced it was that night, with Iniesta’s goal. Many times, I ask myself: Why does kicking a ball around a rectangular field of grass result in this roller coaster that so many want to experience and watch? I think back to that goal, to that single moment in time, and the answer is perfectly clear.

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El expara que hoy es ‘profe’ de fútbol https://elobservadornoticias.com/el-expara-que-hoy-es-profe-de-futbol/ https://elobservadornoticias.com/el-expara-que-hoy-es-profe-de-futbol/#respond Wed, 29 Jul 2020 16:37:14 +0000 https://elobservadornoticias.com/?p=2122 Un desmovilizado de grupos armados ilegales encontró en el fútbol una manera de ayudar a resarcirse ante la sociedad, de alejar a jóvenes de las drogas y las pandillas y de reconciliarse con sus antiguos enemigos. 

Por José Navia Lame


Puerto Tejada, Cauca. COLOMBIA. Abril 20, 2018. – Photo: Christian EscobarMora / MIRA-V

Tres días después de terminar esta investigación periodística en Puerto Tejada, un municipio del norte del Cauca, recibí la llamada de Juan Carlos Castro, un desmovilizado del Bloque Calima de las Autodefensas, que ahora intenta ayudar a jóvenes de barrios deprimidos por medio del fútbol: “Estamos encerrados, hay una balacera en la calle donde estuvimos hablando. ¡Oiga eso!”. Hubo unos segundos de silencio y luego… ¡Tas…! ¡tas…! Las detonaciones se oyeron nítidas. 

Apenas 72 horas antes, en la estación de Policía, había visto llegar a un patrullero que descendió agitado de su motocicleta. A él y a su compañero los habían recibido a bala en un barrio de las afueras del pueblo. “No respetan a nadie”, dijo uno de los policías, refiriéndose a las pandillas de niños y jóvenes que azotan a este municipio, ubicado a unos veinte kilómetros de Cali. 

Las autoridades hablan de trece pandillas, que pueden tener más de treinta integrantes cada una, y de un número mayor de pequeños grupos ligados a estas. Medios periodísticos locales mencionan unas 47 pandillas, una por cada mil habitantes. Algunos líderes comunitarios calculan en mil los jóvenes vinculados a este tipo de organizaciones. 

Año tras año, cientos de personas desfilan por las calles de Puerto Tejada para protestar contra la violencia generada por estos grupos; pero las balaceras y los muertos continúan. Las pandillas defienden con armas de fuego sus pequeños territorios, que generalmente son de tres o cuatro cuadras. Hay sectores denominados ‘barrios de guerra’, donde las balaceras se desatan en cualquier momento. Cruzar estas fronteras puede significar la muerte, una paliza o un atraco. 

Hace algunos meses, Juan Carlos Castro cruzó por uno de esos territorios. Un grupo de muchachos lo interceptó en una esquina. No exhibieron armas, pero el desmovilizado identificó los bultos de los revólveres en las pretinas. 

—A mí déjenme tranquilo que yo ya viví mi guerra. Yo quiero es ayudar a los muchachos para que no les pase lo mismo —les dijo. 

Algunos de los pandilleros lo reconocieron. Lo habían visto entrenando microfútbol con los niños, caminando por las calles del pueblo, con un balón debajo el brazo, o pateando balones y hablando con los jóvenes en las canchas municipales. 

—Dejálo que se vaya —dijo uno de los pandilleros. En las calles ardientes de Puerto Tejada, el fútbol les permite a Juan Carlos Castro y a unos 25 líderes comunitarios transitar por la población con alguna tranquilidad, si así le puede decir a este tipo de situaciones cada tanto.

Todos ellos han sido formados por la Fundación Colombianitos. Esa entidad aplica una estrategia pedagógica, diseñada por el movimiento Gol y Paz, para utilizar el fútbol como una herramienta que impulsa el desarrollo social en comunidades vulnerables y les muestra a los jóvenes un camino diferente al de la guerra, las pandillas y la delincuencia. 

Puerto Tejada, Cauca. COLOMBIA. Abril 20, 2018. – Photo: Christian EscobarMora / MIRA-V

Iba solo por el refrigerio

Juan Carlos Castro hizo parte de un grupo de líderes sociales, víctimas y victimarios del conflicto armado que se capacitaron durante seis meses en este municipio habitado —en 97 por ciento— por afrodescendientes. La mayoría trabaja como operarios y corteros de caña en los ingenios azucareros, comerciantes informales y obreros rasos. 

El de Juan Carlos Castro es un ejemplo de transformación a través del fútbol. Cuando lo llamaron para formar parte del proyecto trabajaba como cuidandero de una finca, a unas dos horas a pie desde Puerto Tejada. Un funcionario de la Agencia Colombiana para la Reintegración le propuso que asistiera a los talleres para cumplir con las ochenta horas de servicio social a las que estaba obligado como parte del proceso de dejación de armas. 

Castro es de estatura mediana, fornido y ceño adusto. Desde el sillón donde se encuentra sentado, en un barrio de guerra de Puerto Tejada, se alcanza a ver por la puerta entreabierta a media docena de niños que juegan con una pelota de trapo en la calle sin pavimentar. “Quiero dedicarme a ayudar a estos muchachos“, dice el desmovilizado.

Juan Carlos ocupa una pieza en la casa de Arturo Ruiz, un líder comunitario de 63 años que practica kung-fu, yoga y gimnasia. Ruiz, quien vive con su esposa de una modesta pensión como técnico de Telecom, le brinda alojamiento y alimentación. Le consiguió una moto, celular y lo ayuda con algún dinero. “Me han recibido mejor que si fuera de la familia”, dice Juan Carlos. El desmovilizado se muestra preocupado porque no ha conseguido un trabajo que le permita retribuir esas atenciones e iniciar su proyecto alrededor del fútbol como herramienta de convivencia. 

Los dos hombres se conocieron en un proyecto patrocinado por Gol y Paz, que capacitó a tres líderes comunitarios, cuatro desmovilizados de grupos armados ilegales y tres víctimas del conflicto. Confiesa que durante los primeros días iba únicamente por recibir el refrigerio. No tenía con qué comer. Pesaba 62 kilos y estaba demacrado. Pasó muchos trabajos después de la desmovilización, tantos que pensó en aceptar las propuestas de irse con otros grupos armados, pero las imágenes de las personas asesinadas por el grupo paramilitar al que perteneció lo asediaban en las noches. Despertaba bañado en sudor, con la angustia de haberse convertido de nuevo en victimario. 

La transformación

Puerto Tejada, Cauca. COLOMBIA. Abril 20, 2018. – Photo: Christian EscobarMora / MIRA-V

La tentación de regresar a las armas comenzó a cambiar cuando empezó a jugar fútbol con sus compañeros de curso, entre los que se encontraban tres ex guerrilleras. “En ese momento era raro asistir a clases o jugar con personas que han sido tus enemigos. Eso lo pone a pensar a uno”, dice Juan Carlos, quien poco a poco se hizo más sociable. Sus compañeros lo vieron reír y hacer bromas. 

Pero lo que le sacudió el alma de forma definitiva fue acercarse con un balón a los niños de los barrios pobres de Puerto Tejada. Recuerda que desde la primera vez los pequeños se apiñaron como abejas a su alrededor. Saltaban, jugaban y reían en medio de una algarabía que Juan Carlos no recordaba haber vivido nunca. Un día cayó en cuenta de que aquellos niños eran los mismos que en uno o dos años iban a engrosar las pandillas si no hallaban una alternativa para sus vidas. 

Al acostarse pensaba en que esa ruta solo conduce a la cárcel o al cementerio. Recordaba todo el mal que él y los demás paramilitares del Bloque Calima habían causado en el Cauca, los gritos de las víctimas, sus rostros de terror, las mutilaciones… “Gracias a Dios nos quitaron las armas, o si no, matamos a media Colombia”, pensaba. Además, los niños de Puerto Tejada ya le decían ‘Profe’. A él, que no pudo estudiar de niño porque su padre y sus tíos fueron asesinados en el Valle cuando tenía casi la misma edad de aquellos que ahora le gritaban ‘Profe, tíreme el balón’ y se le encaramaban en la espalda durante los descansos. “Sus sonrisas. Yo recordaba mucho sus sonrisas”, dice. 

Entonces tomó la decisión. Las ochenta horas obligatorias de servicio social estaban por culminar, pero él iba a persistir en la intención de ayudar a aquellos muchachos. No sabía cómo, pues del lugar donde trabajaba como cuidandero lo echaron, según dice, sin prestaciones y sin pagarle los salarios atrasados. 

Arturo Ruiz y su esposa fueron los primeros en ofrecerle un plato de sopa, igual que lo hacen con otras personas que llegan a su puerta. Después, lo invitaron a ocupar la pieza del fondo, como uno más de la familia. 

En la misma cuadra vive Mercedes Hermosa, quien también participó en el proyecto de capacitación de Gol y Paz. Mercedes es víctima del conflicto armado. La guerrilla le mató a un hijo y a su esposo en el Caquetá y ahora ella se alista para regresar a ese departamento con la intención de ayudar, mediante el fútbol, a los niños que fueron afectados por la guerra. Tiene planes para organizar rifas, bazares y venta de tamales para vivir y para armar equipos. 

Ella y los otros participantes aprendieron en el taller de Gol y Paz una metodología que les ayuda a infundir valores en los niños y jóvenes. Trabajan alrededor de la tolerancia, la solidaridad, la equidad de género, el respeto a la diferencia y la solución pacífica de conflictos, entre otros temas. 

Puerto Tejada, Cauca. COLOMBIA. Abril 20, 2018. – Photo: Christian EscobarMora / MIRA-V

Una esperanza para Paola 

Juan Carlos, Arturo y Mercedes se reunieron de nuevo un viernes por la tarde, a finales de abril, casi quince meses después de terminar el seminario, para compartir con unos cincuenta niños y jóvenes. La Fundación Colombianitos les envió refrigerios y les prestó petos y balones para los partidos. 

Los muchachos llegaron de a poco al coliseo. Aparecieron por las esquinas, con el torso desnudo o con camisetas deportivas, la mayoría de equipos europeos. Algunos se acercaron con recelo, con la desconfianza aprendida en la calle. Uno de ellos contó —dos horas después— que ha sobrevivido a cuatro balazos en dos incidentes de los que no quiere hablar mucho. Tiene unos veinte años. Ellos sienten la muerte como algo cercano, pues amigos, primos o tíos han caído en la guerra de pandillas. Todos quieren ser futbolistas profesionales y jugar en Europa. Nombran con entusiasmo a Yerry Mina, nacido y criado en Guachené, a no más de veinte minutos de Puerto Tejada. También dicen que esos sueños no serán posibles si no reciben apoyo del Estado. Ponen de ejemplo el caso de un muchacho que entrenaba con equipos de Cali, pero no pudo volver porque la mamá no tenía plata para los pasajes en bus y para, al menos, una bolsa de agua. 

Llega el momento de jugar. Juan Carlos, Arturo y Mercedes organizaron ocho equipos. La metodología de Gol y Paz exige que los hombres dejen jugar a una mujer en su equipo. Los más grandes se oponen, pero al final aceptan a regañadientes.

—Paola…¡Venga, que usted va a jugar! —le dice Mercedes a una jovencita fornida que hace malabares con el balón en una esquina del coliseo. Se llama Paola Zambrano, tiene 15 años y comenzó a jugar a los 6 años con el Club de Colombianitos.  Su talento es reconocido por una escuela de fútbol de Palmira, adonde va a entrenar todos los fines de semana. 

El fútbol ha sido su tabla de salvación. Gracias a él ha podido superar el dolor y el impacto que le causó la muerte de dos de sus primos, asesinados en la guerra de pandillas. Los dos cayeron cerca de su casa, al último lo mataron hace dos meses. “Escuché los balazos y cuando salí los vi tirados en la calle. Ya estaban muertos”, cuenta la niña. 

Al padre de Paola, José Zambrano, un operario de maquinaria pesada en los cultivos de caña, lo encontraré mañana en la cancha de Comfacauca, alentando a su hija. Me dirá que Paola se deprime el día que no puede jugar. “Anda triste todo el día, en cambio cuando juega usted la ve alegre”, dirá José mientras observa jugar a su hija con la selección de Puerto Tejada contra su equivalente de Villarrica, un municipio vecino. A los 25 minutos Paola se descolgará por la banda derecha, le ganará en velocidad a su marcadora y pateará alto y fuerte. La pelota hará una comba y se clavará en un ángulo. Paola correrá a celebrar la anotación. 

Pero eso ocurrirá mañana. Ahora Paola se pone un peto de color rojo y corre hacia el centro de la cancha a unirse a sus cuatro compañeros. En las graderías, media docena de jovencitas esperan su turno para jugar. Entre las mujeres de Puerto Tejada también hay furor por el fútbol debido a la actuación de las selecciones nacionales y a la apertura de la Liga Profesional de Fútbol Femenino. 

Puerto Tejada, Cauca. COLOMBIA. Abril 20, 2018. – Photo: Christian EscobarMora / MIRA-V

El fútbol hizo amigos a los enemigos

Hace poco, Juan Carlos, Arturo y Mercedes viajaron juntos a Bogotá, invitados por Gol y Paz. Durante tres días se capacitaron con técnicos de la Liga Española de Fútbol y participaron en otras actividades con líderes, víctimas y victimarios. Además, conocieron las experiencias de excombatientes afectados por minas antipersona que utilizan el fútbol para rehacer su vida o para alejar de las drogas y de la violencia a muchachos afectados por conflictos sociales. 

Días después de regresar a Puerto Tejada, Juan Carlos Castro visitó a un grupo de niños que entrenan en la Villa Olímpica con Mauro Antonio Usuriaga, un entrenador de fútbol que también ha recibido capacitación de Colombianitos y que hace un trabajo voluntario con más de cien muchachos de los barrios de guerra y de la vereda Perico negro. 

La fundación apoyó el trabajo en estas canchas hasta 2016. En 2017 se trasladó a los colegios José Hilario López y Ana Silena Arroyave, donde estudian unos 900 niños y jóvenes. La idea —dice la coordinadora de Colombianitos en Puerto Tejada, María Antonia Pérez— es trabajar por ciclos de tres años en cada colegio para implantar la metodología de fútbol en paz, hasta cubrir las 23 instituciones educativas del municipio. 

Cuando terminaron el entrenamiento, Juan Carlos se reunió con los niños en un costado de la cancha. “Cuando fui soldado profesional y cuando fui paramilitar –les dijo– me enfrenté a bala con la guerrilla. Éramos enemigos a muerte. Pero ahora conocí en los programas de fútbol, paz y reconciliación a unas personas que fueron guerrilleras y nos hicimos amigos. Eso es para que se den cuenta de que el fútbol reconcilia a las personas”. 

Algo similar ocurrió al día siguiente, en un encuentro casual con una veintena de niños del Club Deportivo Huellas del Oriente. Los pequeños regresaban felices de la Villa Olímpica. Acababan de ganar 4-3 y se clasificaron a la final de un torneo de fútbol. El entrenador de Huellas del Oriente es Jefferson Collazos Perea, uno de los profesores de Colombianitos en el colegio José Hilario López. Él y otros líderes comunitarios dedican su tiempo libre a trabajar con los niños y jóvenes en riesgo de vincularse a las pandillas. 

“Ahí donde usted los ve —dice el profesor Jefferson señalando a los niños— todos sueñan con jugar en equipos profesionales, tienen mucho talento; tenemos muchachos que se están probando en Millonarios, Medellín, Pereira. Ojalá el Estado apoyara a estas escuelas”. 

Juan Carlos termina de hablar con los muchachos. “La vida es como el fútbol —les dice—. Si uno se porta mal le pueden sacar la tarjeta roja”. Es mediodía del penúltimo domingo de abril. A esta hora, algunas iguanas bajan de los guayacanes a caminar por los prados del parque principal, tapizados de flores color lila; una mujer pela chontaduros sobre una ponchera plástica y algunos jubilados juegan dominó en una esquina. 

Arturo Ruiz les hace figuras de gimnasia y les enseña llaves de kung-fu a los niños de Huellas del Oriente. Desde que se graduaron del proyecto de Gol y Paz, Arturo y Juan Carlos Castro son una especie de predicadores del deporte como manera de salvación. “Queremos seguir apoyando a estos muchachos, pero necesitamos que nos ayuden. Necesito un trabajo para poder dedicarme a enseñar en mi tiempo libre; sé que hice mal, que fui victimario, pero también fui víctima y estoy seguro de que con lo que aprendí en Gol y Paz puedo ayudar a salvar de la muerte o de la cárcel a muchos niños”. 

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Jóvenes de la barra Aguante Sur de Santa Fe entregan mercados a familias afectadas por el COVID19. https://elobservadornoticias.com/jovenes-de-la-barra-aguante-sur-de-santa-fe-entregan-mercados-a-familias-afectadas-por-el-covid19/ https://elobservadornoticias.com/jovenes-de-la-barra-aguante-sur-de-santa-fe-entregan-mercados-a-familias-afectadas-por-el-covid19/#respond Sun, 28 Jun 2020 22:14:50 +0000 https://elobservadornoticias.com/?p=2038
Jóvenes de la barra Aguante Sur de Independiente Santa Fe, entregan mercados a familias de Ciudad Bolívar.

Con el apoyo de Legolas Inmobiliaria y jóvenes de la barra Aguante Sur de Santa Fe, empacamos y armamos 200 mercados para unas de las familias más golpeadas por la crisis económica generada por el COVID19 en Bogotá.

200 familias de Altos de la Estancia en Ciudad Bolivar fueron beneficiadas. En esta época de crisis, ayudar será la mejor forma de construir sociedad.

Este filme fue realizado por Labzuca Producciones y Fundación Tiempo de Juego.

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Códigos de barras https://elobservadornoticias.com/codigos-de-barras/ https://elobservadornoticias.com/codigos-de-barras/#respond Sun, 28 Jun 2020 06:45:34 +0000 https://elobservadornoticias.com/?p=2024 Por Laura Morales.

Buscar alternativas para garantizar el derecho a la vida de los hinchas es el camino que guía a la Organización Tribuna Abierta y a su Fundación Tribu+1. Un gran desafío, pues empoderarse como ‘garantes de vida’ ha significado sortear factores de índole social, económica y administrativa que terminan condicionando directa o indirectamente el alcance del objetivo primordial: el restablecimiento de la salud. 

Si para el ciudadano colombiano común el acceso a los servicios de salud –que, en teoría, es inseparable del derecho a la vida y la integridad personal– se convierte muchas veces en un asunto problemático, en hinchas del fútbol que han sufrido lesiones de gravedad como consecuencia de la violencia entre aficionados lo es todavía más, debido al estigma y a la carga social negativa que se lleva cuando una persona se pone la camiseta del club deportivo que profesa amar.

Juan Carlos Trujillo (fisioterapeuta), hincha de Santa Fe, y Edisson Romero (fisioterapeuta), Óscar Sánchez (terapista psicosocial), Fernando Enciso (entrenador deportivo) y Camila Rodríguez (terapista ocupacional), hinchas de Millonarios, ejerciendo una labor profesional dentro de sus respectivas barras descubrieron como tarea urgente unir fuerzas para hallar alternativas de atención en salud para aquellos seguidores que habían quedado con lesiones graves por causa de la violencia, sin importar las circunstancias o el equipo. 

Bajo esta lógica, su génesis fue romper con las barreras de acceso a la salud, y su filosofía construir una red integrada por hinchas empoderados como actores de transformación sociocultural que dignifiquen la vida de su comunidad.  

Así las cosas, la red de Hinchas por la Salud Comunitaria (HSC) es una iniciativa popular integrada por profesionales de la salud con la particularidad de ser también aficionados a diversos equipos del fútbol colombiano que tienen como objetivo colectivo generar dinámicas de paz a través de la RBC o Rehabilitación Basada en Comunidad. 

Esta es una estrategia que mejora la calidad de vida de las personas con ‘discapacidad’ y sus familias, atendiendo necesidades básicas pero también velando por su inclusión y participación.

Las HSC inicialmente están conformadas por psicólogos, fisioterapeutas, entrenadores deportivos y terapeutas ocupacionales profesionales o en formación. 

Entre lo semejante y lo diferente

Con el transcurrir de las sesiones se construyó de forma colectiva una manera distinta de desarrollar el espacio y, para expresarlo en el lenguaje barrista, se establecieron unos nuevos códigos para relacionarse y trabajar. Un primer paso consistió en llevar la sesión a los parques públicos para salir del ambiente hospitalario tradicional y también para dar uso a esos territorios que son habitados por sus propios ‘parches’. Ese fue el caso de Harry, el primer paciente de la unidad e integrante de la barra popular de Santa Fe, la Guardia Albi-Roja Sur, quien fue violentado por hinchas de Millonarios y sufrió un trauma craneoencefálico severo desencadenando una inflamación que obligó a una cirugía llamada Craniectomía descompresiva.   

Fernando, entrenador deportivo y líder del parche de Harry, usó sus conocimientos en su rehabilitación y se unió con el cariño respectivo y sin perder la fe a la red de Hinchas por la Salud Comunitaria. La sesión se desarrolló en el Parque Puerto, ubicado en la localidad Kennedy de Bogotá. Una experiencia inédita pues el territorio está marcado por la presencia de la barra cardenal; sin embargo, todos los miembros de la red realizaron la sesión con sus camisetas puestas sin importar el equipo. Edisson Romero compartió su experiencia:

“Partió en dos mi vida como futbolero porque siempre está inculcado en uno el nunca hacer amistades con el rival de patio, incluso partiendo desde la historia, gloria y hazañas vividas. Pero del otro lado del charco está mi profesión. No quiero hacerle daño a nadie, más bien quiero ayudar a todos, de ser posible tenemos que ayudarnos unos a otros. Yo entré a ese parque con mi camiseta de Millonarios y comencé este proceso con Harry, que ahora es un orgullo”. 

Lo que reafirma en el imaginario colectivo que la rivalidad está en la cancha y no en la vida de las personas, y que se puede llevar la camiseta de manera sana.

La red se ha tejido

Actualmente, quince hinchas de América, Nacional, Millonarios y Santa Fe con diferentes lesiones son pacientes y algunos otros son líderes de la red. Conversan sobre sus dificultades, dolencias y necesidades. Crean soluciones para “no dejar morir” al compañero y consideran los avances en la rehabilitación de cualquiera el avance de todos, pues la alegría y el orgullo se expresan en palabras de aliento y solidaridad. Los sueños también son arte y parte; las habilidades que desarrollan algunos se comparten. Así por ejemplo, si alguno aprendió a conducir gracias a su capacidad diversa se lo enseña al otro y le explica cómo adaptar el carro; si alguno siente dolores fantasma el otro le ayuda, pues ya pasó por el dolor, e, incluso, si alguno no tiene una silla de ruedas digna toda la red se moviliza para conseguir alguna. En las charlas que se realizan por medio del abordaje psicosocial se ha generado una distancia de la palabra ‘discapacidad’, pues ninguno se siente identificado con el término. 

En definitiva se ha creado reconocimiento desde la capacidad diversa, pues su autoimagen es la de un sujeto activo y propositivo que explora posibilidades para mejorar en los ámbitos individual, familiar, social e institucional apostando por acciones que no solo se queden en el respeto sino que, más bien, empujen a construir sobre lo inclusivo y lo diverso. 

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